CORPUS CHRISTI, 2010

CORPUS CHRISTI, 2010

 Mientras vivió en Palestina, Jesús, el Hijo de Dios vivo, se hizo presente, se mostró a través de la carne recibida de María. Es el pequeño cuerpo nacido en Belén y, ya adulto, ajusticiado y muerto desnudo en la Cruz.

Tras esa aparición fugaz del Verbo hecho carne, el Cuerpo del mismo Verbo resucitado es el otro, el necesitado, el hermano. “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...”. Cristo, en la Encarnación , se ha identificado con el ser humano y ha asumido en su carne humana a todas las personas que compartimos su especie. Dios se ha hecho humano para que todo ser humano sea Dios. Así lo rezamos al mezclar el agua y el vino en el ofertorio de la Misa : “Oh Dios que creaste admirablemente la sustancia humana y de modo más admirable aún la redimiste, concédenos ser consortes de la divinidad de aquel que se digno compartir nuestra humanidad”.

En la misma Ascensión, quien “sube” al cielo no es sólo el Jesús encarnado, sino que asciende el Cuerpo que se ha incorporado. “Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo” (Ef 4, 10). La carta a los Efesios nos explica muy bien que Cristo asciende como Cabeza de un Cuerpo del que todos nosotros somos miembros. Lo que comenta así S. Agustín: “Bajó, pues, del cielo por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de la cabeza”.

La unidad de todos en Cristo es el principio fontal de lo que llamamos compasión, misericordia o solidaridad. Palabras que postulan alguna consideración para no ser mal interpretadas.

Compasión es “padecer con”. Que es lo que hace Cristo en la Cruz. Pero no para dejar al sufriente donde está y con su sufrimiento, lo que sería inútil y estúpido, sino para elevar al que sufre a la propia altura. El Buen Samaritano se baja de su cabalgadura para poner en ella al herido.Cristo es ese Buen Samaritano. Al cristiano se le pide esta compasión y no otra.

La misericordia, como la compasión, nace de un sentimiento de nivelación para restablecer la equidad y la justicia resquebrajadas. La misericordia nos impide, a la vista de un problema o sufrimiento, “mirar a otro lado”. Inclinar el corazón al pobre, porque ese pobre podría ser yo, en realidad soy yo mismo. “Amar al otro como a sí mismo” no es otra cosa que amar, con amor cordial y eficaz a la vez, al pobre que soy yo y que ha sido amado por Cristo hasta dar la vida. Es la solicitud espontánea e inmediata de un miembro por otro dentro del mismo cuerpo.

Y la solidaridad no es sino la resultante de la compasión y la misericordia bien entendidas. Solidaridad viene del latín “solidum”. Llamamos sólido a lo que forma un bloque, un cuerpo bien trabado. Que no es evanescente, que no se evapora como los gases, ni se pierde al derramarse y desparramarse como los líquidos. Solidaridad, cuando hablamos de la humana, tiene sus componentes sicológicos y morales, pero arranca de un principio aglutinador más firme: el Espíritu de Cristo que lleva a todos a la unidad. Solidaridad es mucho más que la limosna. Ésta, cuando nace del sentimiento de superioridad, como la falsa compasión, no sirve al pobre; al contrario, lo humilla y lo arrincona en su desnudez. Escribía S. Vicente de Paúl a Sta. Luisa de Marillac: “los pobres sólo te perdonarán la limosna que les das por el amor que les tienes”.

El Cuerpo de Cristo es el “otro”. Pero, para los creyentes, también es la Eucaristía. El Cuerpo Eucarístico. Presencia real de Cristo en el pan y el vino, con tal de que este sacramento del pan no lo separemos del sacramento del hermano (Olivier Clement). (Por P. José María Yague).

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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