Salió sin saber a dónde iba (Domingo décimo noveno ordinario 8/8/10)

SALIÓ SIN SABER ADÓNDE IBA

 (Domingo decimonoveno ordinario)

 El evangelio de hoy contiene una serie de máximas irreductibles a la unidad. Comienza donde debería haber acabado el del domingo pasado, que invitaba a guardarse de toda clase de codicia y a no atesorar riquezas perecederas. El comienzo de hoy es eso mismo: hay que procurarse tesoros inagotables donde la polilla y los ladrones no tienen nada que hacer. La máxima “donde está tu tesoro allí está tu corazón” abunda sobre lo mismo, pertenece a la sabiduría profana y expresa en términos contundentes el engaño en que vivimos cuando pensamos creer en Dios mientras nuestro corazón está atrapado en los ídolos que fabricamos cada día.

 Pero vengamos a lo que es el núcleo del texto que hoy leemos: la invitación a la obediencia y a la fidelidad, expresada con la imagen de la disponibilidad para emprender el camino de inmediato, con el cinturón puesto y las linternas encendidas. Y, sobre todo, con la parábola del criado que espera al Señor o la del ladrón que aprovecha la noche.

Estas parábolas tienen su significado inmediato en aquel momento de la Iglesia de la segunda y tercera generación, cuando empieza a remitir el fervor en la espera inmediata de la llegada del Señor. Los cristianos pensaban en una manifestación próxima y gloriosa de Jesús, lo que llamaban “Parusía”, es decir, aparición gloriosa y triunfante, unida a la instauración del Reino de Dios sobre la tierra o incluso la salida hacia un fin de este mundo caduco. Tal “llegada” no se produce y los cristianos comienzan a dudar. El evangelio viene a prevenirles para que no bajen la guardia y permanezcan atentos y fieles al servicio que se les ha encomendado.

 ¿Cómo traducir el mensaje de aquellas parábolas a nuestra situación? Empecemos por reconocer lo que nos pasa a nosotros. Padecemos, sin duda, en nuestra iglesia actual, una suerte de desconcierto, perplejidad, malestar... ante la sociedad emergente indiferente, cuando no hostil, a los valores y formas de conducta propuestos por la misma iglesia.

 En tales circunstancias, lo que se pide a los cristianos de hoy es permanecer firmes en la fe, sin dejarse contaminar por propagandas engañosas que ofrecen felicidad y terminan por destruir a la persona. Permanecer también como testigos de la esperanza en un Señor que llega, a su manera, sin ruidos, de la mano de quienes sirven al prójimo en el silencio. Y siempre vigilantes y disponibles para abrir la puerta al Señor que está llegando, o prevenidos contra quien –como el ladrón de la parábola- pretende asaltar y derribar nuestras convicciones de creyentes y nuestros comportamientos solidarios.

 Ni dogmatismo militante y activista, ni escepticismo orgulloso y paralizante resuelven nada. Si a las primeras comunidades, desconcertadas porque no se cumplían las promesas como ellos las habían entendido, se les invita a la vigilancia y a la obediencia fiel, huyendo de la vida fácil (“comer, beber, emborracharse, maltratar a los mozos y a las muchachas...”), también –me parece- ésta es la invitación para hoy: abrir los ojos, estar atentos a la vida, percibir en lo pequeño los signos de que el Señor está llegando, ser fieles al Señor tan deseado pero que se oculta, cuidar de no autolesionarse con la vida fácil o el pasotismo escéptico, estar vigilantes y activos a la espera del Señor.

 

Ciertamente no sabemos el día ni la hora, ni conocemos los momentos que el Señor tiene fijados. No me refiero ni a la muerte, y menos aún al fin del mundo, porque éste parece tener cuerda para rato. Me refiero a los intríngulis de la historia, personal y colectiva. Cuando el horizonte se cierra, hay que mirar dentro. Y escuchar la llamada: “sal de tu tierra”, es decir, abandona los caminos trillados que no conducen a ninguna parte, ejerce la autocrítica, mira a la gente a los ojos.

 

No consiste la fe, que lleva a la obediencia y a la fidelidad, en el conocimiento teórico de que Dios puede cambiar las cosas. Por el contrario, la fe consiste en ponerse en camino, por ahí por donde el Señor te está llevando, muchas veces sin saber adónde Sí, hay que abandonar la propia barca y la propia tierra (segunda lectura), pero confiando en la promesa, viviendo como extranjero en la tierra prometida ¡y habitando en tiendas frágiles e inseguras!

 

La noche de la liberación se anuncia de antemano a todos. Pero sólo los que creen de verdad se ponen en camino al encuentro de la aurora. Como Abraham, rodeado de estrellas.

 

 
 
 
 
 
 
 
PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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