De sentido común y de otro sentido nada común (domingo 29 de agosto)
- Categoría: EVANGELIO DOMINICAL (P. José Mária Yague)
- Publicado: Sábado, 28 Agosto 2010 18:34
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REFLEXIÓN DOMINGO 29 DE AGOSTO: DEL SENTIDO COMÚN Y DE OTRO SENTIDO NADA COMÚN El evangelio de hoy contiene un dicho de Jesús y una pequeña parábola, dos asuntos diferentes pero unidos en torno a un tema que abunda en los discursos de Jesús: las comidas sociales.
DEL SENTIDO COMÚN Y DE OTRO SENTIDO NADA COMÚN
Domingo vigésimo segundo ordinario
El evangelio de hoy contiene un dicho de Jesús y una pequeña parábola, dos asuntos diferentes pero unidos en torno a un tema que abunda en los discursos de Jesús: las comidas sociales.
En la primera parte, Jesús utiliza con cierto humor una escena que no es infrecuente en las relaciones sociales. La cosa va de los fantasmones a quienes les gusta sobresalir y que la gente les vea. ¿Quién no conoce a algunos de estos personajillos que van por la vida de figurones y que hacen sentir vergüenza ajena? Pues Jesús invita sencillamente a utilizar el sentido común y a no hacer el ridículo. Añade además una coletilla que también es de sentido común pero que parece más calculadora y menos en consonancia con la humildad: ocupa los últimos puestos para que te eleven públicamente y así puedas sacar pecho ante los demás. Bueno, pues parece que Jesús otorga ciertas concesiones a nuestra vanidad natural. Que tampoco es tan mala cosa cuando no deriva en orgullo o en menosprecio de los demás y sabe contenerse en aquellos límites que favorezcan nuestra autoestima.
Pero donde está la originalidad y el meollo de este evangelio es en la segunda parte. Cuando ya no se trata del sentido común sino de otro sentido nada común y que trasciende y contradice todos los habituales comportamientos humanos.
Lo lógico es invitar a quien te invita, corresponder con generosidad a quien tiene detalles contigo. Pues Jesús aplica en esto otra categoría. Ese tipo de relación, doy para que me des, no es que esté mal, pero no va más allá. Todo queda en un comercio, esperas el pago de lo que haces; en el fondo buscas tu propia satisfacción.
Hay otras alternativas en el uso de tus recursos y posibilidades. Dar no sólo a quien no te puede corresponder sino incluso a quien ni siquiera te lo puede agradecer. Es la gratuidad absoluta. ¿Queda alguna pizca de gratuidad en las relaciones humanas?
Esta parabolilla tampoco carece de humor y de divertimento. No hace falta forzar mucho las cosas para una interpretación divertida, pero en nada superficial. Fijémonos en los cuatro tipos de personajes a los que Jesús sugiere que invitemos a nuestras comidas: pobres, cojos, paralíticos y ciegos.
Los pobres nunca te podrán pagar el favor que los haces. Si les sientas a tu mesa, será con ánimo puramente de generosidad y sin esperar recompensa. Gratuidad pura, que de eso se trata.
Los cojos llegarán tarde y tendrás que esperarlos. Es decir, pondrán a prueba tu paciencia y tu respeto hacia ellos. Por cierto, dos actitudes de las que estamos muy necesitados en nuestra relación con marginados y minushabentes.
A los paralíticos tendrás además que enviarles coche para que puedan llegar a tu casa. Sobre el gasto del banquete, tendrás que prever el modo de hacerles llegar dignamente a tu casa y a tu mesa.
Y los ciegos no podrán ni siquiera darte las gracias cuando “te vean” en la plaza pública. Ni podrán decir, mira, ese hombre es tan bueno y generoso que me invitó a su casa y me regaló una espléndida comida. Porque pasarás y no te reconocerán.
En fin, nos hallamos ante otro modo de concebir la relación humana: el descentramiento. Al hacer lo que quieras o debas hacer no pienses en ti mismo; piensa en los demás, ayuda sin esperar recompensa y deja correr las cosas. Lo que es seguro es que nada de esto se pierde: “te pagarán cuando resuciten los justos”. Quizá por esto último es por donde hay que empezar: es que los justos resucitan. Pero ¿lo creemos? ¿Pensamos en ello?