Discípulos cabales y cristianos inacabados. Domingo vigésimo tercero ordinario. Ciclo C. 5 de setiembre 2010

 DISCÍPULOS CABALES Y CRISTIANOS INACABADOS

Domingo vigésimo tercero ordinario.

 “Mucha gente acompañaba a Jesús” y a toda esa muchedumbre él propone el camino del seguimiento y del discipulado. Jesús no hace distinciones. La diferencia se basa en la respuesta que damos unos y otros.

 Muchos “siguen a Jesús” embelesados por su palabra y su personalidad. La propuesta del Reino, expresada en bellísimas parábolas, en la imagen del banquete (contexto anterior del texto de hoy) y, sobre todo, en las acciones prodigiosas de este Maestro singular, lleva a muchos a acompañarlo encantados. Pero otra cosa es entrar en el verdadero discipulado, en el seguimiento con todas las consecuencias. De esto trata el evangelio de hoy.

 Para entendernos nosotros, se hace necesaria una primera y elemental distinción. El mensaje central de Jesús –sobre todo en Lucas- es la revelación de Dios como Padre lleno de misericordia. Un Dios que, a través de Jesús, acoge a los pecadores incondicionalmente, que perdona una y otra vez. Ser cristianos es, ante todo, acogerse plenamente a esa misericordia, confiar sin límites en el corazón bondadoso de Dios. La mayoría habremos de conformarnos con esto y poquito más.

 A este mensaje fundamental se superpone –no se opone- otra llamada de Jesús, dirigida a todos en general, pero que evidentemente sólo unos pocos están en condiciones de responder y tienen capacidad para ello. Porque esas condiciones, repetidas en varios lugares de los Sinópticos y resumidas en el evangelio de hoy, son tremendas:

1. Renunciar a los vínculos afectivos de la familia. La expresión original de Lucas parece bárbara y sin sentido: “quien no odia a su padre o a su madre...no puede ser discípulo mío”. Mateo dulcifica esta expresión: “quien ama más a su padre, a su madre… más que a mí”. Seguramente en este sentido hay que interpretar a Lucas. Lo que significaría: quien no está dispuesto a posponer sus vínculos afectivos (padre, madre, hijos, novio/a) al seguimiento incondicional de Jesús no puede ser discípulo suyo. Se expone el principio. Lo que en cada caso hay que sacrificar no lo dice el evangelio; sólo lo dicta el Espíritu en el propio corazón y la conciencia de cada uno. Por eso, puede una persona ser un relativamente buen cristiano, si confía en el Padre, aunque no sea un perfecto seguidor del Hijo.

2. Aceptación sincera de una renuncia radical al propio interés.  Eso es el “negarse a sí mismo”. Y tiene su equivalente (para aclararnos) en lo establecido en la sección anterior (evangelio del domingo pasado) sobre las invitaciones a la propia mesa: no hay que invitar a los que recompensan o gratifican de cualquier modo. En todo hay que salir de sí mismo, pensar en el otro y no en el propio beneficio, placer, satisfacción…

3. Renuncia radical a los propios bienes. Es la última frase del evangelio de hoy, pero se repite una y otra vez en los Sinópticos y se ilustra brillantemente con el episodio del joven rico. En el cual aparece con toda claridad que esto del seguimiento de Jesús no es “para salvar la vida”, porque para eso basta con cumplir los mandamientos, sino que tiene otra finalidad. Es decir, acoger el Reino de Dios en la propia vida desde ya y ponerse del todo a su servicio.

 Tras escuchar estas palabras de Jesús, se impone una nueva precisión, ¿Está proponiendo Jesús una “doble vía” de salvación? ¿está diferenciando entre una masa a la que mira con un cierto desprecio y una élite privilegiada? Desde luego, nada de desprecio sobre la masa a la que viene a mostrar todo el amor del Padre y por la que muere en la Cruz. En cuanto a la elección de los “selectos”, al menos en este texto, la separación no la hace Jesús. Como decíamos arriba la diferencia está en la respuesta. Por ello hemos titulado esta reflexión: cristianos a cabalidad y cristianos inacabados. Lo que aclaran las dos pequeñas parábolas que añade el Evangelio de hoy: edificarse a sí mismo como cristiano requiere madurez, reflexión, interioridad, voluntad firme y, por supuesto, contar siempre con los recursos que Dios pone en nuestras manos y que no son sólo “recursos humanos”, sino divinos. Creo que muchos nos quedamos en cristianos inacabados, sea porque no medimos las fuerzas, sea porque arrojamos por la borda muchas posibilidades, entreteniéndonos en bagatelas. Todo, los grandes amores y los pequeños caprichos, hay que POSPONERLOS al amor y seguimiento de Cristo.

 Querámoslo o no, son pocos los santos, los héroes, los grandes hombres y las grandes mujeres consagrados total y definitivamente al Evangelio. Ellos, con la gracia de Dios, establecen la diferencia. Son los cristianos acabados, perfectos, como la torre coronada que indica en lo más alto la dirección de los vientos. Creo que hoy, ante tanta vulgaridad, sí conviene hacer el elogio de la diferencia, sin pretender meter a todos en el mismo saco, como si todos fuésemos iguales. Bueno será para los inacabados reconocer, admirar y aprender.

 Las dos parábolas sugieren también la necesidad de reflexión y de ponderar las propias fuerzas. Por supuesto, también madurez. ¡Cuántos se equivocan o nos equivocamos por precipitación! Un amor maduro y un equilibrio psíquico notable son imprescindibles para asumir ciertos compromisos, por ejemplo el celibato, la vida comunitaria, el ministerio sacerdotal, el matrimonio, voluntariados temporales que no deriven en turismo o provocación. Compromisos de esta naturaleza, sin haber ponderado las fuerzas, llevan inevitablemente al fracaso o al ridículo; a dejar las cosas a medias, a la rendición sin condiciones o a crear más  y mayores problemas de los que se pretenden resolver.

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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