EPULÓN Y LÁZARO Domingo vigésimo sexto ordinario. 26-IX-2010

 

 EPULÓN Y LÁZARO

Domingo vigésimo sexto ordinario. 26-IX-2010

 La parábola del hombre rico y Lázaro se divide claramente en dos partes: la primera se refiere al presente, a lo que acontece ahora; la segunda es la consecuencia del vivir presente en el más allá, en la escatología.

 La primera parte, a su vez, admite dos lecturas, individual y social. En el primer caso se trata de un hombre rico, egoísta, indiferente ante la miseria del que yace postrado en el mismo portal de su casa e insensible ante el dolor de este hombre concreto que se llama Lázaro. Es digno de consideración el hecho de que, en el conjunto de las parábolas, sólo este pobre aparece con nombre propio. Para significar la dignidad, el valor, la singularidad de cada persona humana. El rico, a quien nosotros llamamos “epulón” que no es un nombre propio sino un adjetivo sustantivado(traducción de plousios=rico), no valora, sino que al contrario, menosprecia al pobre.

 El que goza de las preferencias de Dios, que se apiada del pobre precisamente para resaltar la dignidad de la persona humana por el hecho de ser persona y no por sus cualidades o posesiones, ese es despreciado por el rico.

 A partir de esta primera lectura de la parábola y estando así las cosas, no hay más historia que tomar nota y mirar adonde hay que mirar. Al pobre. Dicho de otra manera, realizar una conversión real. Que eso significa con-versión, mirar adonde hay que mirar, al pobre. Y mirar con sensibilidad, de otra manera a como lo solemos hacer.

 Con toda la dificultad que implica y que la carta a Timoteo, en la segunda lectura de hoy define como “combate”, el combate de la fe: “hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la justicia, la paciencia, la delicadeza”. La invitación es a realizar eso con el pobre, porque hacerlo con los bien dotados no exige combate. Y si realizamos eso con los pobres postrados a nuestro lado (alcohólicos, drogatas, inmigrantes...) no nos esperará ciertamente el destino del rico sin entrañas. Porque, como nos decía el evangelio del domingo pasado, ellos intercederán por nosotros en el día del Juicio.

 Sin embargo, hay una segunda lectura no menos importante; la que he denominado social y podríamos aplicar al mundo globalizado. En muy pocas palabras hay aquí una descripción muy gráfica de nuestro mundo. Merced a la globalización, sobre todo de las comunicaciones humanas, los pobres están más cerca, en nuestro portal, o mejor, en la trasera de nuestras casas. “Un abismo inmenso” se abre entre los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Hace sólo 200 años, por cuando se empezó a gritar aquello de “libertad, igualdad, fraternidad”, la diferencia entre los países ricos y pobres era sólo de 3 a 1.

Hoy, con el progreso, la libertad y la igualdad, ideales de los que parloteamos tanto, la diferencia se ha elevado, en progresión geométrica, sobre todo los últimos años, hasta 100 a 1. Esa es la diferencia de renta entre los países más ricos y los más pobres. De ese creciente abismo habló elocuentemente Juan Pablo II hace más de 30 años en la Solicitudo rei socialis. A pesar de tanto, por ahora los frutos son escasos.

 Esta parábola sólo describe la situación. Y podemos levantar los hombros y pensar que no va con nosotros. Habría que completarla con la que cuenta Natán a David. Hasta que Natán no se lo dijo y lo acusó formalmente, David no se había enterado de que era él quien se había comido la cordera de su vecino pobre, mientras él conservaba íntegros sus rebaños.

 Lo que no han conseguido los sabios y gobernantes del mundo, lo harán los flujos migratorios, la toma de conciencia de los países pobres, la irrupción de Asia en la economía mundial, las medidas, aún escasas, que tomarán cada vez más los empobrecidos para hacer valer sus posesiones y su trabajo. Y de ello debemos alegrarnos. Aunque nosotros seamos más pobres y tengamos que trabajar más.

 Pero queda la segunda parte de la parábola. En ella se habla en términos claros y duros de retribución futura, de salvación y perdición, de “abismo infranqueable” (¿eternidad de las penas?). Hoy todo es muy leigh, muy espumoso, no se puede hablar de lo que, a poco que te descuides, resulta políticamente incorrecto. Pues habrá que volver a leer el evangelio y los profetas. Cierto que en la parábola se entremezclan elementos mitológicos y que no puede interpretarse al pie de la letra en cuanto a tormentos, sed, etc. Pero el sentido de fondo hay que conservarlo. Y eso quiere decir que, por más cerrado por reformas que esté el tratado de Novísimos, como decía hace muchos años Urs von Baltasar, siempre será verdad que hay un juicio, y que hay infierno y gloria.

 La misericordia de Dios no puede estar reñida con la libertad y la responsabilidad humanas, y menos aún con su capacidad para hacer el mal despreciando al pobre y oprimiendo a los desvalidos. Por eso, por muy  demodé (aparece en el diccionario de la RAE) que resulte, habrá que seguir leyendo a los profetas: “Ay de los que se fían de su ciudad y confían en las riquezas de su nación. Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes, coméis carneros y terneras...bebéis vinos en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de vuestro pueblo vecino. Pues encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los disolutos” (1ª L.).

(La imagen adjunta de Lázaro es un detalle de un conjunto mayor en San Clemente de Taüll, del románico catalán del s. XII. Está situado a la derecha del Pantocrator, en una escena del Juicio Final y tiene el mismo rostro de Cristo. En realidad, la parábola de epulón y Lázaro viene a ser una representación escénica muy gráfica de la segunda parte de Mt 25: “id malditos...”. ¿Quiénes? Los que no reconocieron al Señor en el pobre arrojado a la puerta. Copio a continuación unos párrafos de una explicación de Joseph Hill, S.J. sobre este cuadro).

Así aquel artista de Taüll en el año 1.123 dio al Lázaro que yace delante de la puerta del rico Epulón, el mismo rostro que el de Cristo, el cual mayestáticamente, en el ábside central de la Iglesia, contempla desde lo alto a la comunidad reunida, en actitud de bendecir.

En el primer arco triunfal, en el centro, se halla la Dextera Domini inscrita en un círculo. En el segundo arco triunfal, en el centro, aparece el Agnus Dei del Apocalipsis con sus siete ojos y en un lateral, a la derecha de nuestro Creador y Señor, la escena del pobre Lázaro. El artista ha querido situar los dos rostros iguales a similar altura, de modo que el espectador pueda comparar uno con otro sin tener que cambiar la mirada, todo ello en un “clima” de Juicio universal.

El artista parece querer decir a los hombres y mujeres reunidos para el culto divino: “Tú, hombre, que contemplas a Cristo, que celebras ahora en la casa de Dios Sus misterios, que intentas conservar Su imagen en ti por medio de la fe, no olvides, cuando abandones este lugar, que el mismo rostro te contempla otra vez de la misma forma “fuera, delante de la puerta”, cuando te encuentre una persona que te necesita con urgencia. Entonces reconoce este rostro de nuevo, también y ciertamente por eso, porque te contempla desde los harapos y la suciedad. Es el “Cristo convertido en sufriente” en sus hermanos y hermanas.

 

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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