Sobre la fe y el mérito (domingo 3 de octubre)
- Categoría: EVANGELIO DOMINICAL (P. José Mária Yague)
- Publicado: Sábado, 02 Octubre 2010 23:37
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SOBRE LA FE Y EL MÉRITO
Domingo vigésimo séptimo ordinario
“¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?”. Éste es el grito desgarrado del profeta en tiempos de calamidad. Pero lo es también de tantas personas que oran a Dios con toda el alma pidiendo el cese de la violencia, la conversión de un ser querido que se pierde por malos caminos, la reconciliación de la familia y tantos otros deseos que parecen estar en línea con el designio de Dios.
Cuando esa oración parece no tener eficacia, ¿será que Dios es sordo a nuestras súplicas? ¿será nada más que falta la fe necesaria? El evangelio nos dice que “si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera ‘arráncate de raíz y plántate en el mar’ y os obedecería”. Difícil resulta saber cuál es la correcta interpretación de este dicho que parece remontarse a Jesús (fuente “Q”).
Es claro que a nadie en su sano juicio y que excluye la magia pueda ocurrírsele hacer una petición así. Se discute, por otra parte, si aquí se habla de la fe salvífica, es decir, de la escucha y obediencia a la Palabra del Señor, o si –como parece- se trata más bien de una fe carismática que puede tenerse o no y que llega hasta la realización de milagros. De hecho, en S. Mateo, el texto paralelo figura tras la incapacidad de los discípulos para sanar al epiléptico y su curación por parte de Jesús. En ambos casos, sin embargo, hay una petición parecida que -como jaculatoria- conviene tener a mano en cualquiera de sus dos formulaciones:
- Creo, Señor, pero aumenta mi fe. (Padre del epiléptico)
- Auméntanos la fe (discípulos en el evangelio de hoy.
En todo caso, la liturgia de este domingo nos invita, mediante la hermosa oración colecta, a desplegar unas actitudes de fondo que vale la pena examinar:
1. “Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican...” Quizá sería mucho mejor utilizar para Dios adjetivos menos solemnes y más cercanos. No pocos teólogos y pastores ven hoy gran inconveniente en la utilización litúrgica del término “todopoderoso” y “omnipotente”. Y no les falta razón. Porque, si Dios es “todopoderoso” y a la vez “bondadoso”, ¿por qué no nos evita tanta calamidad y sufrimiento. En cambio, me parece bellísima la oración de relativo que sigue. Claro que el amor generoso de Dios desborda nuestros méritos y deseos. Esta es la primera seguridad del orante. El conocimiento de Dios acerca de nuestras necesidades y su generosidad van mucho más allá, desbordándolos, de nuestros méritos y nuestros deseos.
2. Al asunto del mérito se refiere la segunda parte del Evangelio de hoy. Los dones de Dios preceden a nuestros méritos. Baste un ejemplo: nadie ha hecho méritos para venir a la vida. Como nadie puede alcanzar por sí mismo la vida que esperamos recibir de él en la eternidad. Sin excluir, porque sería inhumano, que la persona humana es sujeto de mérito, éste siempre va acompañado por la Providencia. El amor generoso de Dios precede, acompaña y desborda nuestros méritos. Por eso, nos toca hacer y hacer bien lo que nos corresponde y fiarnos de Dios, concluyendo como el siervo de la parábola: “somos meros servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
3. Y de los deseos ¿qué? Es evidente que alimentamos muchos deseos nobles a los que nada se puede objetar. Y sin embargo, no son satisfechos. Pero ¿qué sería de nosotros si todos nuestros buenos deseos fuesen satisfechos? Creo que es mucho mejor ponerse confiadamente en manos de ese Dios generoso y amante de sus criaturas, amigo de la vida. El objetivo del derramamiento de la misericordia que hoy imploramos (en la oración colecta) es vernos libres de toda inquietud. No pedimos la tranquilidad del satisfecho, pero sí la paz del corazón. Ella es un don de Dios que hay que pedir y cultivar confiando en él. Y junto a esa paz, permitir a Dios que derrame sobre nosotros –con una sabia indeterminación por nuestra parte- los bienes que ni sabemos, ni somos capaces, ni nos atrevemos a pedir. Pero que Dios sí sabe y conoce.
Para terminar, un pequeño apunte sobre la inquietud. Me parece que la inquietud de la que pedimos sea liberada nuestra conciencia es aquella que procede de nuestra infidelidad e incoherencia. Al menos yo personalmente percibo que lo que turba y perturba mi corazón, lo que en el fondo impide mi felicidad, no es otra cosa que mi insuficiente y cicatera respuesta a la llamada de Dios, sobre todo en las necesidades de las personas, y los fallos en el seguimiento de la opción fundamental y los compromisos adquiridos. De esas inquietudes y perturbaciones sí vale la pena ser librados. Quitada la causa, se anula el efecto y sobreviene la paz.
- Creo, Señor, pero aumenta mi fe. (Padre del epiléptico)
- Auméntanos la fe (discípulos en el evangelio de hoy.
En todo caso, la liturgia de este domingo nos invita, mediante la hermosa oración colecta, a desplegar unas actitudes de fondo que vale la pena examinar:
1. “Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican...” Quizá sería mucho mejor utilizar para Dios adjetivos menos solemnes y más cercanos. No pocos teólogos y pastores ven hoy gran inconveniente en la utilización litúrgica del término “todopoderoso” y “omnipotente”. Y no les falta razón. Porque, si Dios es “todopoderoso” y a la vez “bondadoso”, ¿por qué no nos evita tanta calamidad y sufrimiento. En cambio, me parece bellísima la oración de relativo que sigue. Claro que el amor generoso de Dios desborda nuestros méritos y deseos. Esta es la primera seguridad del orante. El conocimiento de Dios acerca de nuestras necesidades y su generosidad van mucho más allá, desbordándolos, de nuestros méritos y nuestros deseos.
2. Al asunto del mérito se refiere la segunda parte del Evangelio de hoy. Los dones de Dios preceden a nuestros méritos. Baste un ejemplo: nadie ha hecho méritos para venir a la vida. Como nadie puede alcanzar por sí mismo la vida que esperamos recibir de él en la eternidad. Sin excluir, porque sería inhumano, que la persona humana es sujeto de mérito, éste siempre va acompañado por la Providencia. El amor generoso de Dios precede, acompaña y desborda nuestros méritos. Por eso, nos toca hacer y hacer bien lo que nos corresponde y fiarnos de Dios, concluyendo como el siervo de la parábola: “somos meros servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
3. Y de los deseos ¿qué? Es evidente que alimentamos muchos deseos nobles a los que nada se puede objetar. Y sin embargo, no son satisfechos. Pero ¿qué sería de nosotros si todos nuestros buenos deseos fuesen satisfechos? Creo que es mucho mejor ponerse confiadamente en manos de ese Dios generoso y amante de sus criaturas, amigo de la vida. El objetivo del derramamiento de la misericordia que hoy imploramos (en la oración colecta) es vernos libres de toda inquietud. No pedimos la tranquilidad del satisfecho, pero sí la paz del corazón. Ella es un don de Dios que hay que pedir y cultivar confiando en él. Y junto a esa paz, permitir a Dios que derrame sobre nosotros –con una sabia indeterminación por nuestra parte- los bienes que ni sabemos, ni somos capaces, ni nos atrevemos a pedir. Pero que Dios sí sabe y conoce.
Para terminar, un pequeño apunte sobre la inquietud. Me parece que la inquietud de la que pedimos sea liberada nuestra conciencia es aquella que procede de nuestra infidelidad e incoherencia. Al menos yo personalmente percibo que lo que turba y perturba mi corazón, lo que en el fondo impide mi felicidad, no es otra cosa que mi insuficiente y cicatera respuesta a la llamada de Dios, sobre todo en las necesidades de las personas, y los fallos en el seguimiento de la opción fundamental y los compromisos adquiridos. De esas inquietudes y perturbaciones sí vale la pena ser librados. Quitada la causa, se anula el efecto y sobreviene la paz.