EL REINO DE DIOS ESTÁ DENTRO DE VOSOTROS

Domingo trigésimo tercero ordinario. Ciclo C

    Estamos en el penúltimo domingo del tiempo ordinario. Como decíamos el domingo pasado, es tiempo de pensar en lo último, lo definitivo y ver cómo está gravitando o cómo debe gravitar sobre nuestra vida presente. Hoy la Liturgia nos ofrece una porción del discurso apocalíptico o escatológico.

    Estos términos, en el lenguaje popular (un poco ilustrado) han venido a ser sinónimos de lo catastrófico, calamitoso, dramático. Sin embargo, en su origen y en el uso bíblico, el sentido de estos términos es otro. Escatológico quiere decir “lo último”, lo definitivo. Y Apocalipsis quiere decir “revelación”. Uniendo los dos términos, el discurso de Jesús vendría a ser una revelación sobre las cosas futuras y definitivas que nos esperan y que esperamos.

    Lo que ocurre es que el género apocalíptico utiliza mucho ciertas imágenes cósmicas que asustan no poco, tales como catástrofes en el firmamento, guerras y revoluciones, persecuciones, caos... Pero todo eso no son sino imágenes, símbolos y modos de presentar un mensaje, en el fondo liberador, que, sin embargo, no se compadece en absoluto con lo que hoy llamamos lenguaje políticamente correcto y menos aún con estos estilos nuestros de vivir en los que lo único que importa es el bienestar, la buena vida (que nada tiene que ver con la “vida buena” de los filósofos antiguos), y la incapacidad para cualquier compromiso serio con la realidad.

    Si nos atenemos al pequeño fragmento del discurso apocalíptico que hoy leemos, lo que aquí se nos cuenta es la destrucción de Jerusalén y, por tanto, del magnífico Templo que Herodes el Grande había ampliado y embellecido. Lo que era el orgullo de los judíos, su punto de referencia, la entraña de su vida religiosa, será destruido y no quedará piedra sobre piedra. Pero no pasa nada. Es la ocasión de “dar testimonio”.

    He aquí la primera aplicación importante que conviene extraer de este retazo evangélico para el presente. Hemos puesto con frecuencia el núcleo, la entraña de nuestra fe en mil estructuras, instituciones, iglesias, normas, formas externas. Todo eso que forma el entramado institucional de las iglesias, todo eso que es precisamente lo que nos separa a unos cristianos de otros y a todos de los problemas reales y de la vida cotidiana de los pobres. Pues bien, la caída de Jerusalén, como después en la historia de la iglesia tantos otros acontecimientos (caída del Imperio Romano, llegada de los bárbaros, las guerras religiosas del s. XVI que clausuran la unidad religiosa de Europa, la revolución francesa, etc. etc.), todo eso no acaba con el Cristianismo en lo que éste tiene en su más pura esencia, es decir, el Evangelio de Jesús. Y esto es algo muy importante que tenemos que aprender los eclesiásticos de hoy, dirigentes y católicos de a pie, pero muy aferrados a “nuestras tradiciones”.

    Muchas cosas de nuestras tradiciones se están viniendo abajo. Es previsible que en los próximos años, la configuración del Cristianismo cambie en muchos países y la Iglesia deje de tener peso social, influencia política, fuerza económica. Todo ello podría ser incluso beneficioso si nos lleva a los cristianos a aferrarnos a lo único esencial: Cristo y su Buena Noticia. Al final de este discurso de Lucas (que no se lee en el evangelio de hoy) está la clave; “cuando ocurran todas estas cosas, cobrad ánimo, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).

    Ciertamente vivimos tiempos convulsos y confusos. Cuesta incluso mantener la calma y el juicio sereno en medio de tanta trifulca mediática, a veces en cuestiones de suyo intrascendentes. El apóstol Pablo viene en nuestra ayuda para darnos la receta: el trabajo con tranquilidad para ganarse el pan. El trabajo bien hecho, junto con el aguante o la paciencia (hipomoné) del final del pasaje leído hoy en Lucas, pueden darnos la sabiduría necesaria para navegar con rumbo en medio de la tempestad.

    Pero hay otro punto que es preciso subrayar. Cuando hablamos de escatología cristiana, de lo último que nos espera, no estamos hablando de un corte absoluto entre esta vida y la futura, ni a nivel personal ni a nivel cósmico. El “misterio de Dios” consiste en que para él “un día es como mil años y mil años como un día”. Lo futuro se hace presente, está gravitando, decíamos antes, en la historia actual. Para Dios no hay pasado, ni presente, ni futuro. La muerte y la resurrección de Cristo,  en cuanto actos del Hijo de Dios, son presentes.
Y la última venida del Señor también. Dios está con nosotros. El Reino de Dios definitivo, ya está llegando. Y llega precisamente en esos momentos oscuros, tenebrosos incluso, cuando todo parece irse a pique. No vayáis a buscar allá o acullá, porque el Reino de Dios está entre vosotros (Lc 17,20). Según otros autores, “dentro de vosotros”. Sí, para el que se mantiene fiel –no sin tribulaciones, oscuridades, luchas y persecuciones- el Reino de Dios está dentro de él.
PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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