PENTECOSTÉS 2010

 

PENTECOSTÉS 2010

 

El Espíritu Santo es la presencia permanente de Jesucristo en medio de nosotros. Jesús, el Hijo de Dios, presente fugazmente en la Historia con un cuerpo como el nuestro, se ha quedado para siempre y en todo lugar. Pero de otra manera. Sin carne, sin peso, sin voz que resuene en los oídos. Real y verdaderamente, sin embargo, por su Espíritu, para quien está atento a lo interior, a lo inalcanzable para los sentidos, aunque ellos sean las ventanas a través de las que penetra y transforma.

Como el aire que insensiblemente respiramos, llena nuestros pulmones, purifica nuestra sangre; dándonos así la vida, sin que lo pensemos ni sintamos. Así es el Espíritu Santo, silencioso, escondido, recóndito, respetuoso. Pero sin él no ha vida.

Como el agua fresca y clara. Que lava y nutre. Hasta constituir, sin que lo parezca, un altísimo porcentaje de nuestra masa corporal. Podríamos vivir mucho tiempo sin comer. Muy poco sin beber. “Quien tenga sed, que venga a mí y beba”, decía Jesús. Y lo decía del Espíritu Santo que habrían de recibir quienes creyeran en él. El Espíritu es esa agua viva que hace posible la vida cristiana. Sin él, no podemos ni siquiera decir que Jesús es el Señor; sin él, no sabemos rezar. El Padre nuestro es ruido pero no palabra que llega al corazón de Dios. Sin él, el cuerpo social se desintegra, como le ocurre al cadáver no alentado por el alma. Sin él, Cristo no es anunciado, el Evangelio deja de ser buena nueva para convertirse sólo en Ley inasumible; sin él, la Iglesia se convierte en estructura pesada e inerte, dejando de ser familia y hogar.

Como el fuego de aquella zarza que ardía sin consumirse y desde la que Dios habló a Moisés. Así procede el Espíritu, fuego interior que encandila, enardece, purifica e ilumina. Con suavidad y fuerza irresistible. Haciéndose uno con todas las energías humanas que habitan en el interior y eliminando toda la escoria que alimenta nuestra condición pecadora.

Como quien despreciara en la vida práctica el aire, el agua o el fuego, que moriría de inmediato, así somos muchos llamados cristianos, pero que damos la espalda a las fuentes de la VIDA. Obturamos con superficialidad y desparramamiento de los sentidos, con inmediatez y egoísmo puro, todas las posibles ventanas por las que el Espíritu penetra en nosotros: la verdad, el amor, la libertad, la esperanza, una cierta y siempre necesaria ascesis, la solidaridad… Y así, nos arrastramos entre nostálgicos y ariscos, desnortados y desnortadores, sin presente y sin futuro. Nos ocurre como a aquellos hombres bienintencionados del Libro de los Hechos: ni siquiera sabemos que el Espíritu Santo existe. Es hora, es momento de pedir el Espíritu Santo y acogerlo. Sin duda, ello conlleva dar la espalda a todo lo que nos impida reconocerlo.

Que por mayo era, por mayo/ cuando los enamorados van a servir al amor…. Que este mes de mayo también nosotros vayamos a la búsqueda del Espíritu Santo. El nos conducirá hasta Cristo, él nos enseñará los misterios de Dios, de la vida, del amor.

 

Ascención: Espranza y compromiso

ASCENSIÓN: ESPERANZA Y COMPROMISO

 Ascensión 2010

 Ascensión es término de movimiento y localización en el espacio. Referido al misterio que hoy celebramos es un modo de hablar, un antropomorfismo tomado del lenguaje común según el cual lo bueno se sitúa arriba, lo mejor todavía más arriba, mientras lo malo está pegado a la tierra y lo peor se localiza en los abismos inferiores. ¿Podríamos encontrar otro modo de hablar para expresar el triunfo definitivo de Cristo?

Ascensión es glorificación, plenitud, señorío, exaltación, realización plena, llegada a la meta, victoria, superación de padecimientos y limitaciones humanas, triunfo definitivo sobre los poderes del mal, libertad total...

Siempre me ha impresionado mucho el despegue de esas máquinas voladoras que llamamos aviones. Cuando viajo dentro, el asombro y la admiración no se me nublan ni siquiera por el sentimiento del miedo razonable e irremediable porque algo puede fallar. ¡Qué fuerza impresionante para alzarse esas miles de toneladas de peso! A juzgar por la experiencia, un solo espíritu humano es más pesado que la más pesada de las aeronaves. Éstas se elevan majestuosas cada día. Los espíritus humanos no nos atrevemos a despegar.

La Ascensión de Cristo es paradigma y preludio de nuestra propia glorificación. “¡Me voy a prepararos sitio. En la casa de mi padre hay muchas moradas!”. Por eso las Ascensión es, por antonomasia, la fiesta de la esperanza. Aquí sí prefiero estar dentro, no como en los aviones que despegan. Y sin miedo, porque el piloto y el controlador es Dios mismo y no cabe el error, por grandes que sean las turbulencias. La “subida”, así la llama San Juan de la Cruz , está en manos de Dios mismo. Es Él quien glorifica al Hijo.

¿Cómo anda nuestra esperanza? Sin esperanza no hay progreso. Esta virtud, la “hermana menor” de la fe y la caridad, va tomada de la mano en medio de sus hermanas mayores y, sin embargo, alentando a la primera y movilizando a la tercera. Sin ella, la fe se apaga y la caridad se desmoviliza, paralizándose. Si no va a haber frutos, ¿por qué y para qué sembrar?

La esperanza de nuestro mundo es escasa y chata. Su horizonte está demasiado cercano y no conoce la vertical. Negros nubarrones impiden la visión en lontananza: el disfrute inmediato de lo que está a la mano, llegar a fin de mes sin sobresaltos, pagar la hipoteca, la medicina en la mesilla o en el pastillero, que mi equipo gane la liga... ¿Y la construcción del hombre? ¿Dónde queda la plenitud de una vida sosegada y, sin embargo, en crecimiento permanente?

Si se pierde el deseo de cambio, de superación, de mejora, de plenitud, entonces es que la muerte ha tomado posesión de la persona. Felizmente, sin enterarnos posiblemente, Dios alienta en nuestra vida y suspiramos por algún cambio, sea en salud, en relaciones, en prosperidad, en deseos buenos para los seres queridos... Ese aliento de Dios hay que favorecerlo desde dentro, dejándonos imantar hacia arriba.

“Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa” (De la carta a los Heb. que leemos hoy en la 2ª lectura).

Pero la esperanza no es todo. A ella se une el compromiso que nace del mismo mandato del Señor: “Seréis mis testigos” (1ª lectura y Evangelio). “¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?”. Nada menos pasivo que la esperanza para que sea auténtica esperanza cristiana. Revestido de la fuerza de lo alto, del Espíritu prometido y derramado, al cristiano no le basta con mirar al cielo. La esperanza se torna imposible, se afogona sin esfuerzo humano, sin lucha, sin afincamiento en la tierra y sin la mirada puesta no sólo pero también en lo inmediato. Una mirada humana y cristiana otea el horizonte pero no pierde de vista los detalles.

En la primavera de la tierra la mirada ha de ascender desde lo cotidiano e inmediato, pasando por fines intermedios, valores e ideales a conseguir hasta detenerse en el azul esplendoroso del cielo. Sin que este descanso último impida ver todo lo que está delante, ni escuchar a los pájaros, ni preguntar al momento que vivo por la tarea de hoy, ni comprometerme con mi pueblo en el bienestar y la concordia. La esperanza no es evasiva. Se vive y se desfruta en el quehacer sosegado de cada día.

EL ESPÍRITU SANTO LES RECORDARÁ TODO LO QUE YO LES HE DICHO. Sexto domingo de Pascua

EL ESPÍRITU SANTO LES RECORDARÁ TODO LO QUE YO LES HE DICHO

Sexto domingo de Pascua

Mis últimas reflexiones dominicales han sido escritas en Roma y enviadas desde esta “Ciudad Eterna”. Hoy, a punto de regresar de momento a España y quizá pronto a Chimbote, les cuento algo de lo que he visto. Poco, porque no se trata de contar mis andanzas de aquí, sino de comentar la Palabra de Dios. Pero justamente lo que les digo ahora sirve para expresar muy gráficamente lo que la Palabra del Señor nos dice este domingo.

En muchas iglesias romanas, sobre todo las más antiguas, las llamadas paleocristianas, se repite el mismo motivo: en el ábside, es decir, en la parte delantera y arriba, se representa, muchas veces con mosaicos muy hermosos y otras veces con fantásticos frescos, a Jesucristo como el Pantocrator, el Señor del Mundo, generalmente con el Libro abierto, con la Palabra de Dios que, unas veces nos dice: Yo soy el camino, la Verdad y la Vida, y otras: Yo soy el Buen Pastor, u otra de las afirmaciones que definen a Jesucristo como la Luz del Mundo o el Pan de la Vida.

El sentido y la finalidad de estos mosaicos o pinturas tan antiguos son evidentes. A la Iglesia, sobre todo cuando celebra a Cristo Muerto y Resucitado, no la preside el Papa, ni el Obispo ni el Sacerdote. La preside Cristo mismo. Esto es lo que ven los fieles desde donde estén presentes. Ven a Jesucristo por detrás y encima del presidente, y es él quien revalida, confirma y da valor a todo lo que el celebrante humano dice y hace. Dicho de otro modo, Cristo no se ha ausentado de la Iglesia, está presente y es siempre su presidente.

Éste es uno de los puntos fuertes de la Liturgia de hoy. Jesucristo se va aparentemente, se aleja de nuestras miradas –lo veremos más gráficamente en la fiesta de la Ascensión- pero se queda. Les conviene que yo me vaya. No nos abandona. Por eso no ha de temblar nuestro corazón, ni siquiera en los momentos más angustiosos de nuestra vida. Si Jesucristo siguiese existiendo corporalmente en nuestro mundo, estaría localizado en un espacio y tiempo muy concreto, pero su Presencia no abarcaría toda la tierra.

Desde el punto de vista práctico, del aprendizaje de los Apóstoles, la presencia física, corporal de Cristo, no resultó muy provechosa. Nos atreveríamos a calificarla de fracaso. Casi todos ellos lo dejan solo ante su suerte y el trágico destino de su muerte en la Cruz. Ha de venir el Espíritu Santo para que los apóstoles interioricen y practiquen las enseñanzas de Jesús. Por eso conviene que Jesús se vaya, deje ser visible a los ojos de la carne. Porque sólo la fe y el Espíritu dan la vida. La carne no sirve de nada.

Estamos en las semanas finales de la Pascua y a la espera de Pentecostés. Esto es lo que nos dicen las lecturas de hoy. Juego de ausencia y presencia, de escondimiento y apariciones, de tristeza y nostalgia porque no vemos al Amado, y de alegría íntima porque Él está y permanece siempre en el interior de su Iglesia.

No son el Papa, ni el Obispo, ni el Sacerdote quienes presiden la Iglesia de Roma ni ninguna de las iglesias del mundo, hasta las más escondidas en los recovecos de los Andes peruanos. Es Cristo mismo, aquí y allá, por su Espíritu quien sostiene, apacienta, nutre y consolida a su Iglesia. Por eso ella permanece después de 2000 años y sale fortalecida en los fuertes conflictos internos y en las graves persecuciones que ha sufrido y sufre en los momentos presentes. Y no desaparecerá, en su entraña más profunda, ni siquiera aunque se cayesen todas las iglesias de Roma y del mundo. La fe cristiana siempre pondría delante y arriba, como en los ábsides de los templos de esta Ciudad, o como en la primera Basílica de Santa Sofía en Constantinopla –hoy Estambul-, primera Ciudad Cristiana tras las persecuciones romanas y hoy musulmana, la efigie de Cristo, Señor del Mundo.

Con el gozo y la nostalgia propios de nuestra presencia en la tierra, en medio de los conflictos internos y las persecuciones exteriores, entre las alegrías y las tristezas, las sombras y la esperanzas propias de este valle de lágrimas, la Iglesia prepara y espera la Ciudad Futura, la nueva Jerusalén, la ciudad santa que no necesita sol ni luna que le alumbren, porque Dios mismo es su Luz. Hoy necesitamos más que nunca la fe en que Cristo preside a su Iglesia por el Espíritu y debe saber decir, con profunda humildad, pero con firme convicción: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponer otras cargas que las que la fe y el amor impongan. Porque el Espíritu Santo nos consuela, fortalece e ilumina.

HAY QUE PASAR MUCHO PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS. Domingo quinto de Pascua

HAY QUE PASAR MUCHO PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS

Domingo quinto de Pascua

 

“Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Eso enseñaban Pablo y Bernabé en sus viajes apostólicos por todo el Asia Menor, según nos cuenta la primera lectura de este quinto domingo de Pascua. Hoy, aficionados a todo lo ligth, nos empeñamos en hacer un Cristianismo a nuestra medida. Y así nos va. El Evangelio de este día, que puede pasar desapercibido por su brevedad (apenas cinco versículos), nos introduce de lleno en ese “mucho que hay que pasar”.

En efecto, el Evangelio propone dos afirmaciones, una indicativa y otra imperativa. La indicativa es: “ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él”. Y la imperativa: “amaos unos a otros como yo os he amado”. En estas dos proposiciones se contienen toda la fe y toda la moral cristianas.

Toda la fe : El Hijo del Hombre es glorificado en su Muerte y Dios es glorificado en él. Ahora es el momento de la muerte de Jesús en la Cruz. En este hecho, lo que llamamos el Misterio Pascual, se nos ofrece el principio y fundamento, el sentido y la plenitud de toda existencia humana. Por eso se nos dirá en el Concilio Vaticano II: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el Misterio del Verbo encarnado”, es decir, de Cristo. En la obediencia fiel y confiada, en la entrega de Cristo hasta la muerte, en su anonadamiento por amor, Dios lo glorifica (Resurrección) y Dios es glorificado.

Paradójicamente, en Cristo crucificado, el ser humano llega a su plenitud. Lo había dicho proféticamente Poncio Pilato cuando mostraba a Jesús escarnecido y azotado a la multitud que reclamaba su muerte: “He aquí el Hombre”. Lo que en el Evangelio de Juan significa: “he aquí el modelo, el prototipo de toda humanidad perfecta”. No hay paradoja mayor. El Crucificado es el Exaltado, el entregado a la muerte es la fuente y el origen de la Vida. Y es que el engrandecimiento del hombre, su plena realización pasa por la entrega de Sí. Donde, por el contrario, el ser humano no se entrega, se guarda para sí, busca sólo su satisfacción personal o su éxito, ahí se pierde, se anula, se desvanece.

En su entrega fiel y confiada a Dios, su Creador y Padre, por la obediencia a su voluntad y en el servicio a los hermanos, el hombre encuentra su propia plenitud, su glorificación.

Toda la moral : No hay otro mandamiento que vaya más allá que el del amor recíproco. En él, se resumen toda la Ley y los Profetas. El que ama ha cumplido toda la Ley. Son palabras textuales del Nuevo Testamento, de Pedro y Pablo, de los príncipes de los Apóstoles. Pero no se trata de amar de cualquier manera. Hay que amar, “como yo os he amado”. Es decir, hasta el don total de sí, hasta la muerte.

Fe y amor que no son fáciles. No es un asunto menor proponerse vivir la fe y la moral cristianas. Decía Nietzsche que sólo había habido un cristiano: Cristo. Y en esto no le faltaba razón. Luego, han existido unos pocos que se lo han tomado en serio y se han parecido algo a Jesús, son los santos. Entre ellos, algunos destacan y nos estimulan, además de sobrecogernos. Los Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Teresa de Lixieus o Teresa de Calcuta. Por eso también a ellos los glorificamos los hombres. Pero también podemos animarnos a seguir su ejemplo. Que el camino está abierto para todos.

Podemos tener fallos, defectos, limitaciones y hasta pecados. Pero no lo olvidemos, a quien ama de verdad, a quien está en disposición de dar la vida por los demás y lo hace mínimamente en el trabajo y devenir de cada día, se le perdonan muchedumbre de pecados. Porque en el amor de verdad, como el de Cristo, se da la plenitud de la realización humana.

El libro del Apocalipsis nos presenta la utopía humana de un universo reconciliado, de una humanidad reconciliada consigo misma (la nueva Jerusalén enjoyada y ataviada para la boda), y de un hombre no dividido y huyendo de Dios, sino reconciliado con él. Eso es el cielo que esperamos. Pero lo podemos trabajar y empezar a realizar en la tierra. Ecología, paz en las familias, entre los sexos, entre las naciones, clases sociales, hombres de toda raza y condición social (con lo que ello requiere de justicia y de supertolerancia), búsqueda de Dios para que él habite en medio de nosotros… eso es el cielo ya ahora y el cielo que esperamos. Para ello hay que pasar mucho. Pero vale la pena. Sólo así somos felices, porque crecemos, Dios nos glorifica y nos parecemos a Cristo. ¿Quién se anima a seguir su camino?

JESUS, BUEN PASTOR. Domingo cuarto de Pascua

JESUS, BUEN PASTOR

Domingo cuarto de Pascua

La imagen bíblica del Buen Pastor, tan utilizada en la Biblia (Ezequiel, Salmos, Jesús en varias ocasiones, Pedro, etc.) tiene hoy dos inconvenientes. Uno consistente en que, en nuestra cultura urbana, la imagen del Pastor no es frecuente ni despierta las resonancias que en su cuna, la cultura rural y agraria-pastoril, sugería de inmediato. Era cotidiano observar al Pastor delante de sus ovejas o rodeado de ellas. El otro inconveniente es que al hombre ilustrado y autosuficiente puede parecerle odiosa la comparación de las personas con ovejas. Se resiste a cualquier tipo de pastoreo desde sus convicciones íntimas de bastarse a sí mismo y no aceptar ninguna protección que le reste autonomía o libertad.

Por esto, hay que apresurarse a decir que el Evangelio de hoy para nada quiere comparar a los humanos con ovejas. No se trata de una comparación sino de un símbolo. Y de lo que se trata es de suscitar algunos sentimientos algunos sentimientos e íntimas resonancias que la relación pastor-ovejas sugiere a poco que pensemos en ella.

La primera resonancia es la que propone el párrafo el comienzo del evangelio de hoy. El pastor conoce a las ovejas y las ovejas conocen al pastor. En tendí esto por primera vez hace algunos años cuando un pastor de mi pueblo, vecino y amigo de la infancia, convertido en dueño y pastor de 2000 ovejas, me dijo que conocía a todas una por una y que a muchas les tenía puesto nombre propio. Por supuesto, las ovejas le conocían a él. Esto es fantástico. Conocer y ser conocido. Es la primera condición para que una relación humana sea grata y fructífera. Necesitamos ser conocidos y reconocidos. Pues bien, hay Alguien que nos conoce íntimamente y que nos reconoce: Jesucristo.

Él no es indiferente frente a nosotros. Nos conoce y por eso nos quiere, nos acoge, nos busca, nos perdona, se interesa por nosotros. Hasta da su vida en virtud de lo que significamos para él. Lo primero que a mí me sugiere esta alegoría del Buen Pastor es que estoy en buenas manos, que no camino a la deriva. Hay alguien que, incluso cuando ando despistado y perdido, piensa en mí, me busca, me cuida, me protege.

Ese Pastor merece ser conocido. La parábola del Buen Pastor nos invita a conocerlo mejor, a no alejarnos de él, a buscar aquel conocimiento interno del que hablaba S. Ignacio. Conocimiento interno porque le conozco por dentro, en su amor entrañable, en sus sentimientos de misericordia, en su entrega por mí, en su singularidad de Hijo de Dios. Y conocimiento interno por mi parte, porque no es superficial, porque no es de un rato, sino que nace de una intimidad con él, conseguida en la oración y en la lectura continua del Evangelio.

Otra sugerencia a la que apunta el párrafo elegido para el evangelio de hoy. Apunta a nuestro destino final y nos libera de nuestros miedos y sensaciones de fracaso. Cuando nos sentimos tan amenazados, cuando tememos que nuestra vida se pierda toda ella en el anonimato de la gran ciudad, a veces rodeados sólo de personas con las que mantenemos una relación distante, fría, formal, sin amistades profundas; cuando nos acercamos al final de la vida en la que nuestras aspiraciones y proyectos no se han plasmado en realidades contantes y sonantes, nos sale al paso Jesús, quien nos asegura: “yo les doy vida eterna, no perecerán para siempre, nadie les arrebatará de mi mano”.

No existe promesa mejor. Nuestra vida no está amenazada de muerte. Apunta victoriosa a la VIDA. Ida que nos asegura Cristo. Porque él nos ha tomado de su mano, nos agarra fuertemente porque somos propiedad suya. Y no sólo nadie nos arrebata de su mano, sino de las manos del Padre. Porque el Padre y Jesús son uno solo. Estamos en lo más alto del Evangelio de Juan: Dios Padre y Jesús son UNO. Y nosotros estamos llamados a entrar en esa Unidad.

Finalmente, esto no es el privilegio de unos pocos. El mismo Juan, en el Apocalipsis, como nos dice la segunda lectura de hoy, ve una muchedumbre inmensa de los que han llegado felizmente a la meta, conducidos por el Cordero transformado en Pastor. El nos conduce a las corrientes de aguas vivas, él enjuga nuestras lágrimas, ya no habrá hambre ni sed… No podemos entender la alegoría del Buen Pastor sino entendiendo que Jesucristo ha venido para que los hombres tengamos vida y vida abundante. Es imprescindible también no pensar sólo en lo inmediato, sino saber que caminamos hacia una meta que no se resuelve ni termina en esta corta vida, sino en VIDA ETERNA.

Digamos con fe ese hermoso Salmo 23: El Señor es mi Pastor, nada me falta…

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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