¿Por qué temer a los tiempos aciagos?

¿Por qué temer a los tiempos aciagos?

Escribo desde Roma y naturalmente aquí tiene más resonancia toda esta campaña, universalmente orquestada, de desprestigio de la Iglesia y de ataques al Papa por su supuesta pasividad en algunos casos de pederastia de sacerdotes. Cuando se coteja lo que estamos viviendo en la Iglesia con la primera lectura –Hechos de los Apóstoles- del domingo tercero de Pascua, surgen algunas preguntas y también algunas luces para responder a ellas.

¿Corren buenos o malos tiempos para la Iglesia Católica? A juzgar por las apariencias, con la salida a la luz pública de algunos delitos de ciertos eclesiásticos y los ataques al Papa, como si fuese responsable de esas vergüenzas, estaríamos inclinados a pensar que corren malos tiempos.

¿Peores que aquellos en los que tuvieron lugar dichos actos vergonzosos? Es evidente que no, porque el mal no está en que los actos malos se sepan, sino en que se cometan. Y muchos de aquellos delitos se cometieron cuando, a nivel público, la Iglesia gozaba de muchos privilegios y de general y pública estima en la mayor parte del orbe “cristiano”.

¿Fueron tiempos malos o, más bien, gloriosos para la Iglesia naciente aquellos en los que tenían lugar las persecuciones descritas en el libro de los Hechos de los Apóstoles? Fue entonces cuando se produjo la gran expansión de la Iglesia. ¿Por qué?

Las dos reacciones de los Apóstoles pueden darnos la clave. La primera es que, ante la prohibición de anunciar el Evangelio de Jesucristo, los testigos tienen claro que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y la segunda es que aquellos testigos de la fe salen del Tribunal “contentos por merecer ultrajes por el nombre del Señor”.

He aquí el camino para la Iglesia de hoy. Naturalmente la obediencia a Dios pasa por la fidelidad y el buen comportamiento moral. Pero también por la misericordia. Misericordia ante todo con las víctimas de la injusticia y cualquier clase de abusos sobre inocentes, lo que requiere, en efecto, restablecimiento de la dignidad de las víctimas, justicia y compensaciones económicas si es el caso. Pero también misericordia con los delincuentes, única forma de rehabilitar y regenerar al que cae. Por otra parte, el que esté sin pecado que arroje la primera piedra, como escuchábamos hace pocas semanas de labios del Señor. ¿Es nuestra sociedad tan inocente como para orquestar toda esta lapidación diaria contra la Iglesia, cuyos representantes son un mínimo porcentaje de culpables en los delitos del género de los que sólo a ella se acusa?

Estar contentos por padecer en el nombre del Señor implica y supone que efectivamente las redes se echan al mar en su nombre. Si esto es así, y de esto todos somos responsables, la condición natural de la Iglesia es la de sufrir persecución. Porque muchos, en el mundo actual y en el de siempre, no pueden soportar la verdad y la coherencia. Por eso mataron al Señor y por eso se persiguió en toda la historia de 20 siglos a la Iglesia. Quizá ahora buscando ese fantástico pretexto de los fallos de algunos para manchar a todos y especialmente a la cabeza más visible de la Iglesia que es el Papa.

El Evangelio de hoy nos ofrece una magnífica escena pascual, la de la reunión comunitaria para seguir faenando -“vamos también contigo”-, para encontrarse con el Señor y recibir su consuelo y su alimento. Y la de hallar la oportunidad para confesar, como Pedro, nuestro humilde amor a Cristo y a su Iglesia.

JOSÉ MARÍA YAGÜE

DOMINGO DE PASCUA. DESDE LAS SOMBRAS... ESPERO CONTRA TODA ESPERANZA

DOMINGO DE PASCUA

DESDE LAS SOMBRAS... ESPERO CONTRA TODA ESPERANZA

La esperanza cristiana no nace de un optimismo ni biológico ni histórico, ni de la estupidez o la falta de realismo. La esperanza del creyente no cierra los ojos a lo que hoy y siempre combate y amenaza a la vida humana. Es contra toda esperanza.

Asistimos a la descomposición moral de nuestro mundo muy orgulloso de su libertad, pero más esclavo que nunca de instintos primarios con los que se comercializa a gran escala. Y se vende como progresía lo que, a todas luces, son constantes de mundos pasados y decadentes: el aborto, la homosexualidad, la bancarrota de la familia...

Éstos y otros muchos fenómenos, entre los que siempre hay que destacar la pésima distribución de la riqueza creada para todos, el enriquecimiento de los países más ricos a costa de los más pobres, y atizar guerras en beneficio propio, para favorecer la industria y la salida de armamentos, el terrorismo a escala internacional, no son motivos de optimismo ni siquiera para los ilusos. Sin embargo, en medio de todo no decae la esperanza cristiana. Que no se apoya en cifras y acontecimientos espectaculares, sino en la acción soberana del Espíritu de Cristo resucitado que fecunda las entrañas de la tierra y circula por las venas de la historia.

Como la primavera sucede al invierno, pero sin los automatismos de las leyes físicas y biológicas de la naturaleza, así la vida del Señor resucitado sucede a la muerte humana. Aquí entra en juego la fe y la acción del ser humano, inducidas por el amor.

¿Qué cabe esperar? Todo, porque “esperanza de cielo tanto alcanza cuanto espera”, en versos de S. Juan de la Cruz. ¿Qué cabe hacer? Quizá no mucho, si se mide con criterios de eficacia humana. Pero algo muy valioso cuando nos empeñamos en derrochar a nuestro lado la afabilidad y la alegría sencilla y permanente. Cuando necesitamos muy poquito para vivir y menos para morir. Hay formas muy sencillas de vivir y compartir que ni son estériles ni caen en el vacío. Espero no porque los hombres y mujeres seamos gigantes ni héroes, sino porque el Dios de la vida es misericordioso y cuenta con nosotros.

Feliz Pascua de Resurrección.

 

Domigo de Ramos: En ell burrito de la condición humana

 

EN EL BURRITO DE LA CONDICIÓN HUMANA

Domingo de Ramos

Gran polémica ha suscitado en España, difundida también en los ámbitos eclesiásticos del Perú, el libro de José Antonio Pagola con el título Jesús, Aproximación histórica. Cuando sus ventas superan los 50.000 ejemplares, excepción entre los libros religiosos, y goza del Nihil obstat (aprobación) del Obispo, la iglesia más conservadora de España ha puesto el grito en el cielo, tachando al libro de arriano (que niega la divinidad de Jesús) y hasta se ha intentado retirarlo de las librerías religiosas, en maniobras eclesiásticas poco conocidas.

Estos hechos que recuerdan otros no lejanos, como la retirada de los libros sobre Jesucristo del teólogo latinoamericano jesuita Jon Sobrino, nos obligan a tener clara la doctrina sobre Jesucristo, a quien estos días de Semana Santa nos acercamos y celebramos como nuestro Redentor, aquel en quien creemos y en quien confiamos porque, dando su vida por nosotros en la Cruz y resucitando al tercer día, hace posible la vida humana y la lleva a su consumación en la Pascua. Sufriendo y muriendo con él, sabemos que resucitaremos con él

La fe de la Iglesia formulada en los concilios ecuménicos de los ss. IV y V, sobre todo en el de Calcedonia, y en los símbolos de la fe (lo que conocemos como el Credo), nos enseña que Jesucristo es Dios y Hombre verdadero, que es el Hijo de Dios encarnado en una naturaleza humana concreta y que por eso nos salva. Siendo Dios trae al mundo el perdón y la salvación de Dios. Siendo hombre como nosotros y asumiendo nuestra condición humana nos redime a todos. Su muerte y resurrección –muerte de un hombre y resurrección de lo humano de Jesús- traen la vida nueva y definitiva al mundo.

Esto es lo que afirma nuestra fe. Este es el hecho, la realidad personal de Cristo en la que creemos, la que nos da la vida. El Cristo al que invocamos, amamos, adoramos y tratamos de seguir con la gracia que él mismo nos otorga hoy personalmente a cada uno por su Espíritu.

Cuando de las afirmaciones de la realidad revelada –fe- pasamos a las explicaciones –teología- es cuando vienen los problemas. ¿Cómo conciliar en una sola persona lo infinito e inmutable del ser divino con lo finito y mutable del devenir humano? ¿Cómo decir que Jesús sufre y crece cuando afirmamos que es Dios y por tanto tiene la conciencia clara de su divinidad desde el comienzo? Si del hecho revelado –Jesucristo es Dios y hombre- pasamos al cómo, ahí es donde vinieron en los primeros siglos y también ahora las disensiones y los problemas. No siempre, ni en los tiempos de los Santos Padres ni ahora, la ortodoxia se impuso con elegancia y caridad.

Por eso, todas las explicaciones del pasado y del presente son aproximaciones al misterio. Hemos de saber que en todas las aproximaciones y explicaciones teológicas hay tanto de inexacto y desacertado como de verdadero y cierto. Esto no es ninguna novedad. Es lo que Santo Tomás llamó la analogía del ser.

No me parece a mí, habiendo leído y estudiado algunos libros de Jon Sobrino, y, por supuesto el de J.A. Pagola que estos teólogos hayan negado la divinidad de Jesucristo, ni la encarnación, ni que vean en Jesús un doble sujeto –al estilo de los viejos nestorianos- ni se opongan al valor salvífico de su muerte y resurrección. Lo que ocurre es que, al acentuar su humanidad, el desarrollo de su conocimiento humano, el devenir de su entrega a los demás –lo que hoy llaman pro-existencia, es decir, existencia a favor de otros- la génesis histórica de las persecuciones de que fue objeto y que culminan en su muerte, etc., aparece menos clara la afirmación de su divinidad y de la encarnación.

¿Por qué no interpretar estas nuevas, beneméritas y luminosas cristologías como complementarias con otras que a su vez son parciales y siempre, de algún modo, reductivas? ¿Por ejemplo el mismo libro del Papa sobre Jesús de Nazaret?

A otras cristologías, y probablemente a nuestra jerarquía eclesiástica, le pasa lo mismo, aunque a la inversa. De tanto afirmar la divinidad de Jesús, aunque nunca se niegue su humanidad, se nos ofrece una imagen de Jesús en la que lo humano queda oscurecido. Si se insiste en que Jesús desde el nacimiento tiene una conciencia clara de ser Dios, ¿dónde quedan y cómo se explican el devenir humano, el “crecer en sabiduría y gracia ante Dios”, la posibilidad de un sufrimiento como el nuestro, la ejemplaridad para los humanos?

Por eso, a obispos, teólogos y pastores, como al pueblo mismo –aunque al pueblo verdaderamente creyente quizá esto no le hace tanta falta- nos viene tan a pelo la festividad del Domingo de Ramos (creemos lo que celebramos), para adentrarnos en la Semana Santa con la humildad de quien quiere contemplar, adorar y gozar del misterio de Cristo.

El Mesías esperado, el Hijo de David, el Señor, Dios mismo se instala en un burrito, en la debilidad de la condición humana, en el sufrimiento del ultrajado, que no tiene apariencia humana. Y éste, el crucificado, es el Hijo de Dios, como confiesa el centurión romano, y es “El Hombre”, como dirá Pilato.

Teólogos, reconozcan que es mucho más lo que no saben de Jesús que lo que saben. Obispos, descabalguen ustedes de los caballos, dejen de esgrimir la espada so capa de ortodoxia, y monten gozosamente en el burrito de la debilidad humana. Pastores y pueblo, creamos de corazón en la dignidad de ser hijos de Dios y vivamos como tales, dentro de la conciencia clara de nuestra fragilidad.

Y caminemos todos unidos hacia la Pascua con la seguridad de que hemos sido perdonados, amados y elevados por Jesucristo, que pasa sentado en un pollino y cuya sede terrena está en la Cruz. Nada de esto lo niega ningún teólogo cristiano.

 

Cuarto domingo de Cuaresma: Dejaos reconciliar con Dios

DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS

  Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo C 

“En nombre de Dios, les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”. No dice “reconcíliense”, sino “déjense reconciliar”. La reconciliación espontánea, como el pedir y otorgar perdón, supera las capacidades ordinarias de la persona que ha ofendido o que ha sido ofendido. La congénita debilidad del ser humano que confunde casi irremediablemente dignidad con orgullo (¿dónde está la frontera?) nos lleva a enfeudarnos en nuestros propios puntos de vista y nos incapacita para ponernos en la piel del otro. Por eso siempre es tan difícil dar el primer paso hacia la reconciliación.

Sólo Dios, que es fuerte y conoce la fragilidad de su criatura, puede salir corriendo en busca del hijo perdido y abrazarlo antes de que éste pueda formular sus excusas. Ya las conoce, no por ser Dios sino por ser puro Amor, que viene a ser lo mismo.

Es cierto que el pecador, el que ha ofendido, el que se pierde lejos de la casa paterna y vive a espaldas del hermano, ha de dar un primer paso, que a su vez es fruto del recuerdo paterno (don y gracia). “Sí, me levantaré… Volveré… Y diré: he pecado”. He aquí lo más difícil. Reconocer la propia situación. ¿Por qué será tan difícil? Los mecanismos sicológicos que nos llevan a culpar a los otros de todos los problemas, incluidos los propios nuestros, son recónditos y muy difícilmente reconocibles. Con admirable agudeza y simplicidad está dicho para siempre en el libro del Génesis: “La mujer que me diste por compañera… Fue la serpiente quien me dijo…”.

¿Cómo vamos a pedir perdón si no reconocemos nuestro pecado? ¿Cómo nos vamos a reconciliar si vamos por delante con acusaciones al prójimo, al superior, al súbdito, al que piensa distinto, al adversario político, al conservador, al progresista…? ¿Cómo se hará posible la convivencia en la casa paterna si negamos el pan y la sal al mismo Padre y al hermano?

Mientras tanto, aquí nadie se arrepiente de nada Por eso, con lúcida clarividencia, el Apóstol no dice: reconcíliense, sino déjense reconciliar. Es decir, salgan de sí mismos y vean su vida, sus hechos, sus relaciones humanas… a la luz del recuerdo fontal: en la CASA DE MI PADRE . Que no es sólo recuerdo sino, sobre todo, PROYECTO. ¿Quién quiere hoy, entre nosotros, auspiciar, alentar, promover y construir este proyecto de construir una familia humana solidaria y justa?

Si difícil es ese paso inicial de reconocimiento del propio pecado y superación del enquistamiento orgulloso, no es más fácil acoger al que vuelve a casa. En la parábola del Padre misericordioso, es claro que el hermano mayor –observante y socialmente bien considerado- representa a fariseos y hombres piadosos que cumplen la Ley y juzgan severamente a los pecadores. Pero son ellos los que hacen imposible la realización del PROYECTO de la casa paterna. Se niegan a dar un lugar a quien se equivocó, al pecador, al que una vez arruinó el proyecto original de la gran hacienda y que obliga ahora a comenzar de nuevo. Éstos no han entendido nada de lo que significa la Redención en la Cruz, el perdónalos porque no saben lo que hacen, el eterno comenzar de Dios a restaurar las brechas que continuamente abrimos los humanos en los muros de la CASA PATERNA.

Por todo ello las lecturas de este domingo son una nueva llamada a la conversión de TODOS . Del que se sabe pecador, que ya es algo, y del que se cree justo y mejor que los demás. De los fieles y de los sacerdotes, de éstos y los obispos, de la parroquia más pequeña y de la curia vaticana, sobre todo, sobre todo, de los hermanos mayores que dictaminan mucho y practican poco la misericordia.

Tendremos que ser más austeros, más pobres, quizá disponer de menos medios para evangelizar. Más auténticos, sencillamente más evangélicos, asumiendo que el Señor nos envió con la prescripción de no llevar oro, ni alforjas, ni dos túnicas... Para ello volver una y otra vez al Padre, aunque sea harapientos y descalzos.

Cuando los cristianos, con los sacerdotes y obispos al frente, ofrezcamos algún signo de que nos hemos dejado reconciliar con nosotros mismos y entre nosotros, con nuestra sociedad moderna –por supuesto pecadora, como lo han sido y seguirán siendo todas las sociedades-, con el Evangelio de Jesús... entonces podremos ofrecer una palabra autorizada y creíble a nuestro mundo. Mientras tanto, será preferible seguir el consejo de alguien tan eclesiástico como S. Ignacio de Antioquia: “más vale callar y ser que no hablar y no ser. Bien está el enseñar a condición de que quien enseña haga”.

JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO

 

Tercer domingo de Cuaresma: Interioridad y conversión, la cosa va en serio

INTERIORIDAD Y CONVERSIÓN. LA COSA VA EN SERIO

Domingo tercero de Cuaresma

Vienen unos desconocidos donde Jesús. Le traen una trágica noticia: Pilatos ha derramado la sangre de un numeroso grupo de personas en el mismísimo Templo, mezclando su sangre con la de los animales sacrificados. ¿Qué pretenden los informantes? ¿Provocar a Jesús para que arremeta contra el cruel gobernante? ¿Simple lamento o resignado chismorreo? No lo sabemos

A esta tragedia, Jesús añade otra que está en el recuerdo de todos: los fallecidos por el inesperado derrumbe de la torre de Siloé.

Dos tragedias con víctimas humanas inocentes, una causada por factores naturales como el derrumbe de una torre y otra por la crueldad de un gobernante injusto.

En ningún caso, Jesús se pone a buscar culpables, ni acusa al responsable, ni menos se pone a justificar a Dios, que permite tales cosas. El comentario de Jesús es el mismo: hace volver la mirada a los informantes y a todos los oyentes hacia sí mismos. ¿Se creen ustedes mejores que las víctimas? E idéntica la conclusión: si no se convierten, también ustedes perecerán.

Desde el Miércoles de Ceniza y durante toda la Cuaresma , la insistencia de la Liturgia es la invitación a la interioridad, a entrar dentro de nosotros mismos y ahí trabajar el cambio personal, la conversión. No vale echar balones fuera, de nada sirve arremeter contra gobernantes injustos y malvados, o pésimos y egoístas constructores de las torres humanas, es decir, del edificio social. Lo prioritario es poner orden en el interior y, después, buscar fuera la justicia.

De otro modo: hay que tomarse en serio las cosas. No basta con admirarse de lo que ocurre. Menos aún buscar culpables del mal en el mundo, apuntando con frecuencia a Dios mismo. Y lo que es intolerable es la superficialidad del puro lamento o el fácil cotilleo.

Ante el mal y el sufrimiento humano, estamos siempre en tierra sagrada. Y hay que asumir el mandato de Dios a Moisés: “descálzate”. Desnudarse de prejuicios, explicaciones fáciles, acusaciones. Hay que tomarse las cosas en serio. Y eso pasa por entrar dentro de nosotros mismos y ver qué podemos, qué debemos hacer. Eso es convertirse.

Hemos asistido recientemente a dos grandes tragedias en nuestro Continente: los cataclismos de Haití y Chile. Con cientos de miles fallecidos en el primer caso y rondando el millas en el segundo. Se pueden hacer muchas reflexiones y conjeturas, incluso comparativas. Pero, para un cristiano, lo primero es entrar dentro de sí mismo y preguntarse: ¿qué siento? ¿qué me dice Dios a mí? ¿cómo puedo yo solidarizarme con las víctimas, con el sufrimiento de hermanos? ¿cuál es mi responsabilidad a la hora de compartir?

En el fondo, descalzarse y desnudarse de sí mismo para comprender algo del misterio de Dios y del Hombre –con su sufrimiento, incluido el del Dios-Hombre-. Y a partir de ahí vendrán otras búsquedas no superficiales, que pueden incluir denuncias, exigir responsabilidades –cumplidas previamente las propias-, e incluso esa búsqueda siempre tan difícil del rostro de Dios y de su gloria, paradójicamente revelados, desde la Pasión incomprensible de Cristo, en los rostros de los hermanos sufrientes.

Hay que acercarse, descalzarse y dejarse quemar por el fuego ardiente de la zarza que nunca se consume: el dolor humano, a pesar de todos los progresos y técnicas de la Modernidad.

 

JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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