Domingo 20 diciembre 2009: La esperanza, virtud del Adviento

LA ESPERANZA, VIRTUD DEL ADVIENTO

Cuarto domingo de Adviento

No hay Esperanza sin Adviento, como no hay Adviento sin Esperanza. Porque la Esperanza sin Venida real, objetiva, concreta, transformadora de la realidad, es ilusión vacía que aboca al desencanto. Como el de tantas navidades pasadas no preparadas desde la Esperanza, la virtud teologal cuya matriz es la fe y cuyo término es el amor.

Acabo de leer las descripciones que de la Esperanza hace la novelista Rosa Montero: “Pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista”.

Hermosa, poética aproximación a la Esperanza. Hay algo en común en los cuatro chispazos: la pequeñez. Cuando la realidad global es tan amenazante, cuando la noche es tan densa y, efectivamente, parece interminable, cuando la muerte termina con todo, la luz de la primera alborada, la semilla lanzada al aire, y el deseo de vivir no son sino mínimos destellos que, sin embargo, logran que el mundo renazca.

Ante las dos grandes virtudes teologales –fe y amor-, Ch. Peguy ve a la hermana menor –la Esperanza- arrastrando a las mayores:

“Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña”.

Y continúa: “una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos, una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos, una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo de la muerte, la esperanza”.

Nuestro mundo está enfermo. Y quizá habrá que hablar del Síndrome de Desesperanza (SDS, para los amigos de las siglas). Con esta enfermedad, la fe termina por apagarse al perder su horizonte, y el amor, sin estímulo, se vuelve inoperante y, por tanto, sin frutos.

Sobrecogidos por la pequeñez del pesebre en el que Dios reposa – y también llora vulnerable-; liberados de afanes de grandeza y de poder; disponibles para el amor, es decir, para la acogida al diferente; anhelantes de un mundo de iguales, en que pueda habitar Dios…, incluso en medio de la noche es posible la Esperanza. Que sólo ella hará real la Navidad.

Pero hay que sembrar la pequeña semilla: perdón y reconciliación; amor a quien no lo merece; padecer en el silencio; confianza ilimitada, a pesar de todo, en el ser humano. Nada fácil, pero esa es la llama temblorosa, vacilante, imposible de dominar o de apagar, que alumbrará la Navidad real, el nacimiento de Jesús entre nosotros. “Sólo un cúmulo de deseos hará estallar la Parusía del Señor” (Theilard de Chardin).

José María Yagüe

Domingo 13 diciembre 2009: Entonces, ¿qué hacemos?

 

ENTONCES, ¿QUÉ HACEMOS?

Domingo Tercero de Adviento

La pregunta inicial del evangelio de hoy es la que dirige la gente a Juan el Bautista tras escuchar su propuesta de “Preparar el camino del Señor” (domingo anterior).

Pregunta elemental, como elemental es la respuesta del Bautista. Pregunta que nos hacemos todos diariamente ante múltiples situaciones: ¿qué tenemos que hacer para ganar más? ¿para ser más felices? ¿para mejorar el carácter? ¿para salvar mi matrimonio que se hunde? ¿para lograr unas mejores relaciones humanas? ¿para salir de la crisis o encontrar trabajo?

La pregunta es directa y acuciante para los que queremos celebrar la Navidad con un mínimo sentido cristiano e intentamos de algún modo que el Señor Jesús tome las riendas de nuestra vida. Por eso, los que quieren que todo siga igual que se abstengan. Lo mismo que quienes están satisfechos en este mundo nuestro de inequidad y grandes abismos sociales, de guerras injustas y abusos de los poderosos sobre los débiles.

Porque las respuestas de Juan, es decir, lo que tenemos que hacer, es ininteligible para todos ellos. En cambio, tiene todo el sentido para los insatisfechos con la marcha de este mundo. Tomemos nota de lo que nos dice el Bautista:

Compartir. Por tanto, no mirar a los que tienen más para envidiarlos o emularles. Sino mirar a quienes tienen menos para compartir con ellos vestido y comida. No las migajas sobrantes, sino la mitad. De dos túnicas, una. Mucho habrá que vaciar los armarios y las cuentas bancarias.

No exigir más de lo establecido. El Papa acaba de recordarnos en Caritas in veritate que, de tanto hablar de derechos y reclamarlos, incluso para el vicio, se nos ha olvidado que todos tenemos deberes. Nadie discutirá que es un avance la consecución de los derechos humanos y el que éstos sean garantizados por las leyes de los países avanzados. Pero es un indiscutible deterioro político y social y un evidente retroceso la pérdida de conciencia de nuestros deberes sociales, que nos obligan a ayudar a los que lo necesitan y servir al bien común.

No aprovecharse de nadie. Que es justo lo contrario de la ley del más fuerte, la que impera en nuestra sociedad. Los países ricos que se aprovechan de los países pobres, los poderes financieros que arruinan la economía mundial y reciben dinero de los pobres para repartírselo entre los que fueron manifiestamente incompetentes, los poderosos que hacen contratos aprovechando la necesidad de los débiles… En la medida que podemos entrar cada uno en este sistema, tendremos que cambiar.

Los oyentes de Juan el Bautista estaban en expectación. Por eso él les hablaba del que estaba por venir. ¿Esperamos nosotros algo nuevo? ¿Esperamos a Alguien? Si es así, somos acreedores de la alegría a la que se nos invita. “Alégrense, porque el Señor está cerca”. “El Señor, tu Dios, está en medio de ti”. Reconocer esta venida y esta presencia son condiciones y actitudes indispensables para vivir y celebrar el tiempo del Adviento y acceder a la Navidad como creyentes.

Domigo 6 diciembre 2009: Preparen el camino al Señor

Domingo Segundo de Adviento

No es lo mismo construir una carretera en la costa que en la sierra del Perú. Todo el mundo sabe que se requiere más tiempo, más dinero y mucho más esfuerzo e inteligencia cuando los accidentes geográficos son más pronunciados.

De cara a preparar hoy el camino del Señor tropezamos con grandes inconvenientes. Hay mucho monte y mucho valle. Los obstáculos salen al paso en cada instante y situación que vamos viviendo. Pero hoy no vamos a mirar tanto hacia fuera como hacia dentro. ¿Qué inconvenientes hay dentro de mí para el encuentro personal con el Señor? Me invito y les invito a descubrir las fosas, quizá los abismos que interponemos entre nuestro corazón y el Señor que viene.

Sin duda, el gran y principal abismo es la falta de fe. Nos instalamos fácilmente en nuestro mundo, con sus ocupaciones de cada día, sus gozos y tristezas, sus logros y frustraciones y nuestros ojos se niegan a mirar al largo plazo, al más allá, a los cambios que pueden hacernos a nosotros y a los demás más felices, más fecundos, más transformadores de la realidad tan negativa en muchos aspectos que estamos viviendo.

Ahí nos sale al paso ese gran personaje del Adviento que es Juan Bautista y que apunta al futuro. Como lo señala su propia predicación: “detrás de mí viene el que puede más que yo”. Y ese Juan, con voz que grita en el desierto nos dice: “preparen el camino al Señor”. La imagen está tomada de los preparativos y fiestas que se montan en las ciudades para preparar la llegada triunfal de emperadores, reyes, presidentes de los gobiernos, generales y otros grandes personajes.

No se emprenden estos preparativos hasta que no hay la certeza de que el personaje en cuestión va a llegar. Me parece que el gran problema personal y colectivo es que hoy, la falta de fe de la que hablo arriba nos impide tener la certeza de que Alguien llega, de que las promesas de Dios no son vacías. “Todos verán la salvación de Dios”. ¿Creemos esto?

Aunque la fe es ciega y lo propio de ella es llevarnos a contar con fuerzas invisibles e intocables, que no vemos ni experimentamos sensiblemente, lo cierto es que también ella se apoya en bases sólidas. En nuestro caso, la esperanza en que el Señor llega se apoya en el pasado: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. El Señor que vino en la humildad de la carne, está viniendo y vendrá. Esa confianza nos hará ponernos en camino y, animosos, emprender la tarea de rellenar abismos (vacíos, desalientos, depresiones incluso, indiferencia ante los problemas y sufrimientos de los demás, incapacidad para el sacrificio…) y abajar montañas (orgullo, autosuficiencia, desmedido afán de bienestar…).

“Preparen el camino al Señor”. Pongámonos animosos a la tarea, porque los que “siembran entre lágrimas cosechan entre cantares”. Que crezca nuestra fe en el Señor Jesús que está viniendo para colmar y hacer rebosar nuestros anhelos. Amen.

Primer domingo Adviento. CUMPLIRÉ MI PROMESA

Cumpliré mi promesa

Primer domingo de Adviento. Ciclo C

Comenzamos un nuevo año litúrgico. Si vivimos en la fe y en la esperanza cristianas, ello nos invita a cambiar de registro mental y cordial. Para abrir ese nuevo registro, la Liturgia nos ofrece hoy una constatación, una promesa, una invitación y una exhortación. Veamos.

La constatación , con otro lenguaje, es la misma que podemos realizar personalmente a poco que observemos nuestra realidad. Que estamos sumidos en un caos, en un mundo pervertido que exige purificación y transformación. Con imágenes impresionantes de astros que se caen, señales en la luna y las estrellas, astros que tiemblan y hombres enloquecidos por el estruendo, se describen nuestras situaciones de confusión y corrupción.

Muchos de mis lectores saben que en estos días he viajado del Perú a España. He dejado allí el panorama de corrupción y caos a todos los niveles. Si hasta varios congresistas peruanos están suspendidos de sus labores por corruptos, aquí proliferan por doquier los sinsentidos de un país que produce cada día miles de pobres, mientras los dirigentes (jueces, gobierno, partidos y sociedad en general) se enfrascan en peleas cuyo único objetivo es sacar provecho propio y aniquilar al adversario.

La promesa viene de Dios: “Llegan días en que cumpliré la promesa que hice. Haré brotar un legítimo descendiente que establecerá la justicia y el derecho”. Esa promesa es de Dios y se refiere a Jesucristo. La promesa de Dios es indefectible, su fidelidad permanece para siempre y Jesucristo, el esperado, vino, viene y vendrá. Ésta es nuestra seguridad y lo que da firmeza a nuestras convicciones de creyentes. No nuestros méritos sino la fidelidad de Dios, manifestada en los pequeños signos anónimos de gratuidad en tantos hombres y mujeres que no salen en los periódicos sino muy raramente, la que nos permite permanecer en la confianza. Confianza total en Jesucristo que viene, en la humildad de la carne (Belén) y en el poder del Espíritu invisible.

La invitación es precisamente a levantar la cabeza en medio de las dificultades. Porque se acerca nuestra liberación. No constatamos la perversión de este mundo para hundirnos en la desesperación y el miedo, sino para esperar el sol de la justicia, que no es otro que Cristo. En efecto, las lecturas de este domingo tienen una fuerte impronta cristológica. Cristo es nuestra Justicia. No nos invitan, ni mucho menos, los terribles acontecimientos que nos cuentan y que vemos a la desesperación, sino a la esperanza. Porque Jesucristo está con nosotros y siempre está viniendo, que eso significa Adviento.

Y la exhortación. Permanecer en pie ante el Hijo del Hombre. Permanencia que significa constancia, fidelidad. Y que incluye, según las propias lecturas, varias disposiciones del ánimo: presentarse cada día ante el Señor santos e irreprochables; no entorpecerse con la comida y la bebida y las preocupaciones, es decir, mantenerse libres ante el Señor; y, sobre todo, crecer y progresar en el amor mutuo y en el amor a todos los demás.

Decimos siempre que Adviento es tiempo de espera y esperanza, de vigilancia y también penitencial. Sí, lo es. Ahora bien, que esa espera y esa esperanza puedan apoyarse tanto en la Promesa de Dios como en la constatación histórica de que no todo es corrupción sino que las señales del Reino se hacen realidad a través de nuestras pequeñas-grandes obras, que nos permiten levantar la cabeza sin preocupaciones ni embotamientos para esperar la salvación.

Esperen y oren en todo tiempo para que la Navidad que llega sea algo más que la cena o incluso la reunión familiar. Que podamos constatar que de verdad “El Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Domingo 22 noviembre 2009: Del triunfalismo beligerante al servicio solidario

DEL TRIUNFALISMO BELIGERANTE AL SERVICIO SOLIDARIO

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO. Ciclo B

Pocas veces una idea ha envejecido tan pronto como la que dio pie a la instauración de la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Se trataba de hacer frente a los totalitarismos emergentes, pero combatiéndolos con sus propias armas: el triunfalismo militante, banderas e insignias, manifestaciones de esplendor y fuerza... En lo que va de 1925, fecha de la institución de la Fiesta por Pio XI a 1965 (clausura del Concilio Vaticano II), en sólo 40 años, la sensibilidad de la Iglesia da un vuelco total. Y a Jesucristo Rey se le concibe ya no según el modelo de las monarquías absolutas, sino desde lo que nos dicen las sagradas escrituras.

Interesante e inteligible la segunda lectura, comienzo del Libro del Apocalipsis . Se trata de una doxología (=alabanza) a Jesucristo y al Padre. Como es propio de las doxologías, se multiplican los motivos de la alabanza, que en nuestro caso son tres títulos referidos a Jesús. Son muy interesantes porque se refieren a los tres ‘momentos' de su ser:

- Su vida histórica y, sobre todo, su PASIÓN, en la que Jesús ha sido el testigo fiel del amor del Padre y de su propio amor a los hombres, hasta la entrega de la vida.

- Por su Resurrección, es el Primogénito , primero entre los hermanos que triunfa de la muerte, y llamado a la vida por Dios, del que más adelante se dirá que es el que permanece para siempre: “era, es y viene”. Idea difícil de captar (la perennidad) en los tiempos que corren, cuando todo es caduco. Todo tiene fecha de caducidad, hasta las promesas y el matrimonio, no digamos nada de las palabras de los políticos.

- Príncipe de Reyes. Es la función escatológica de Jesús: ser Señor del Universo y Juez universal. No es un rey, es el Rey de reyes o Señor de los señores.

La alabanza se dirige a él y al Padre de quien procede la vida y la realeza. Pero Jesús nos ha ganado con su sangre para hacer a toda su Iglesia partícipe de su reino y a sus fieles sacerdotes de Dios. Naturalmente esto se dice de todos los miembros de la Iglesia.

El evangelio es un pasaje fuertemente teologizado porque, en forma de diálogo supuestamente histórico, Juan nos transmite su teología acerca de Jesús Rey. Es impensable un diálogo como éste entre el reo entregado y humillado por su propio pueblo y el duro e implacable -y por lo que sabemos bastante cruel- Procurador Romano.

Lo que le interesa a Juan es resaltar la asociación indisoluble de la realeza de Cristo con su humillación y entrega. ¡El humillado es el Rey! Juan llama a Jesús Rey, solamente en el contexto de la Pasión. En el Evangelio de hoy y en la tablilla que aparece en la Cruz como causa de la sentencia: Jesús Nazareno Rey de los Judíos. La hora de la glorificación, que comienza con la Cena, se abre con el lavatorio de los pies, seguido con la proclamación solemne de que quien lo hace es “el Maestro y el Señor”. El Rey es el “ECCE HOMO”: EL DESPOJADO, DESPOSEÍDO, PUESTO EN RIDÍCULO POR LOS SOLDADOS, ESCUPIDO. Él y no otro es el paradigma de la nueva humanidad. EL REY.

De ambas lecturas, inferimos dos claras consecuencias. Ellas vienen a corregir, desde los textos litúrgicos, algunas imágenes falsas que se han creado sobre la realeza de Cristo y que han repercutido muy negativamente en la concepción de la Iglesia. Sobre todo cuando ésta se atribuye títulos y honores que, por otra parte, recaen indefectiblemente sobre sus dirigentes.

I. Jesucristo, en efecto, es el Rey y Señor del mundo. Ahora bien, este señorío actual -en el estado del glorificado- es el resultado de su testimonio fiel mediante la Pasión en su vida histórica.

En su vida, aparece como un Rey muy singular. Mc lo presenta como el ‘hijo del hombre' que obliga a guardar secreto acerca de sus obras extraordinarias; Mateo lo presenta entrando en Jerusalén para ser entronizado, no sobre un caballo sino sobre un burrito; Lc señalará, sobre todo, los aspectos compasivos y cercanos al sufrimiento humano de este Rey que llora sobre su Ciudad. Juan en el capítulo 6 dice que Jesús huye para que no le proclamen Rey y, en cambio, en el momento de la humillación es cuando nos lo presenta como Rey de manera muy solemne.

En síntesis, Jesús es entronizado por el Padre como ‘Príncipe de Reyes', tras su testimonio fiel y tras su resurrección como primogénito de entre los muertos. Lo que invalida toda pretensión eclesial de participar, en su estado terreno, en la realeza de Cristo, a no ser mediante el sufrimiento y la persecución, en seguimiento de la Pasión.

Cualquier pretensión de participar de la realeza de Cristo a través de una imagen pública de títulos, honores, ropajes y otros atributos parece mas bien un insulto a esa realeza que, en la historia, sólo puede ser compartida mediante el testimonio del servicio humilde a la humanidad.

II. El testigo fiel y entronizado nos ha curado y liberado para constituir un Reino de Sacerdotes de Dios. Realeza y sacerdocio que son patrimonio de toda la Iglesia de Dios. Desde la Biblia, la liturgia y la teología, hay que afirmar el sacerdocio, la realeza y el profetismo de los bautizados, antes y por encima de todo ministerio o carisma diferenciador.

En la constitución de la Iglesia, lo primero es la comunión, consubstancialidad de todos sus miembros, podríamos decir, y después las diferencias funcionales, sean ministeriales o carismáticas. Una jerarquización o diferenciación previa, antecedente a la “consustancialidad” de todos los miembros del Cuerpo de Cristo, introduce de hecho una ruptura de la comunión esencial y malinterpreta los textos bíblicos. Si anteponemos la Jerarquía en Dios a la unidad de naturaleza (monarquismo), rompemos el misterio de la Trinidad y su unidad esencial. Lo mismo ocurre en la Iglesia cuando anteponemos las diferencias jerárquicas a la unidad e igualdad esencial. El modelo imperial romano ha sustituido al modelo comunitario impuesto por el Evangelio, en el que sólo hay un solo Señor, un solo Maestro y un solo Rey: Cristo, el Crucificado-Exaltado. Para recibir honores y títulos no está hecha la historia sino la eternidad. (Jose María Yagüe)

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