Tiempo Pascual: vivir en el aliento de Jesús
- Categoría: DISCÍPULOS Y MISIONEROS (P. Matías Sebienaller)
- Publicado: Sábado, 15 Junio 2013 08:49
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TIEMPO PASCUAL: VIVIR EN EL ALIENTO DE JESÚS (Por: P. Matías Siebenaller ).- “Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor”.Solemos exhibir en público una cara afable y amena. Pero, la procesión va por dentro. Nuestra máscara de amabilidad y serenidad no se debe siempre a un querer aparentar; con frecuencia llevamos esta máscara para esconder nuestras “heridas de la vida, de la muerte y del amor” (Miguel Hernández en Cancionero y Romancero de ausencias).
No podemos sino evocar las incontables heridas de la vida. Las personas que no han encontrado oportunidades de pan, salud, educación y trabajo, padecen una dolorosa herida de la vida. Las víctimas de la violencia política y ordinaria se desangran por heridas que nunca se cicatrizan.
¿Cómo no conmoverse ante las heridas de la vida abiertas por el terremoto, el tsunami y la radiación nuclear en Japón?. Tener que soportar por meses campañas electorales “faranduleras” en un país con tanta gente herida por las injusticias de la vida, añade nueva herida de la vida en quienes añoran gobernantes con modales e iniciativas humanizantes.
Para que no duelan tanto las heridas de la muerte, hemos inventado toda una cosmética, estética y sociabilidad funeraria. Ahora bien, quizás puedo integrar en el curso de mi vida tantas muertes que acontecen cerca y lejos de mí, quizás puedo convivir con el advenimiento de mi propia muerte, pero la muerte del ser querido, del amigo, del compañero del camino permanece como herida abierta y supurante. ¡Qué peligroso es, amar lo que puede morir!
Para que el ser humano madure, para que forje su identidad propia, para que se haga libre, para que obedezca a su vocación personal, para que cumpla con su deber, para que nazca y renazca, tiene que pasar por dolorosos procesos de ruptura y soledad. Seguro que la Palabra del Señor en Jn 12, 25 tiene que ver con lo insinuado: “El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna”. Sea como sea, un amor de este temple deja heridas.
2. Testigos de la resurrección del Señor con heridas
Sorprende que la tristeza, el miedo y la duda son ingredientes de la fe de los testigos privilegiados de la resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento: Aquel primer día de la semana los discípulos, por miedo de correr la misma suerte que Jesús, se esconden detrás de puertas cerradas (ver Jn 20, 19-23).
En la madrugada del mismo día María Magdalena, llorando, se encuentra junto al sepulcro (ver Jn 20, 11-18). Este mismo día, por la tarde, Cleofás y su compañero se dirigen a Emaús; el desenlace de la vida de Jesús los dejó sin esperanzas (ver Lc 24, 13-35).
El último capítulo del evangelio de Juan nos habla de los apóstoles resignados a volver a la pesca y sus fracasos (ver Jn 21, 1-14). Mateo termina su evangelio mostrando a los once discípulos fieles a la cita con Jesús en Galilea, pero menciona también la persistente duda en algunos de ellos (ver Mt 28, 16-20).
Releo el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos sobre los modelos de fe en la biblia y me llaman la atención en ellos las heridas de la vida, de la muerte y del amor. ¿Acaso hay que estar herido para alcanzar una fe con autoridad?
3. El aliento de Jesús para los heridos
El hombre de barro del que habla Génesis 2,7 era una triste figura de barro sin vida, sin gracia, frágil e inútil. Tenía que soplar el creador su propio aliento en las narices del muñeco de barro, para que nazca el ser humano con vocación propia.
Aquel primer día de la semana, al atardecer, Jesús resucitado se hace presente en medio de los discípulos heridos por el miedo. Les desea la paz, les muestra las heridas en su costado y en sus manos y les invita a compartir su misma misión.
Luego Jesús, marcando el inicio de una creación nueva, sopla sobre los discípulos, les comunica su espíritu, su aliento, para que sepan que él no les deja huérfanos, que él ha vuelto para estar con ellos. Ahora la tristeza de los discípulos se convertirá en alegría y ellos harán las mismas obras de Jesús y aún mayores. Ahora ellos renacen desde lo alto, son creaturas nuevas para dar testimonia de la novedad del Evangelio.
Para saborear y profundizar la vida del discípulo en el aliento de Jesús, tengo que hacer teología. Pero conviene también que recuerde el aliento de vida en tantos besos y abrazos, en tantas sonrisas y palabras que me han animado a lo largo del camino.
Quizás debo recordar también mi propio aliento capaz de derretir el hielo que en el invierno opacaba el vidrio de la ventana, que devolvía la vida a insectos y animalitos heridos, que lograba abrir capullos de flores en el campo. Vivir en el aliento de Jesús es un misterio de vida recibida para darla.