Primer domingo de Cuaresma - Espíritu, tentación y tentaciones

ESPÍRITU, TENTACIÓN Y TENTACIONES

 

 

Primer domingo de Cuaresma: el evangelio nos ofrece las tentaciones de Jesús en la versión de San Lucas. Este evangelista ofrece una entrada interesante, distinta de los otros relatores del mismo episodio: “El Espíritu lleva a Jesús por el desierto mientras es tentado por el diablo”. No es que el Espíritu de Dios tiente a Jesús, como a veces se ha entendido. El tentador es el diablo, pero mientras tanto el que conduce a Jesús es el Espíritu.

 

Esa es también nuestra condición, común a todos los humanos. En las diversas situaciones de la vida –justo será reconocer que abundan más y son más anchos y largos, mucho más espaciosos los desiertos que los oasis-, el Espíritu nos conduce, pero mientras tanto somos tentados y mucho. Es impostergable aprender a reconocer lo que es acción del Espíritu en nosotros y lo que es tentación.

 

¿Hay algún modo de distinguir entre una y otra? No hay recetas pero sí aproximaciones: lo que viene acompañado de paz, alegría serena, lo que impulsa al trabajo pausado y al sosiego activo, lo que te habla bien de ti y de los demás, lo que te empuja hacia el encuentro con el otro otro, lo que te inclina al pobre y desvalido… todo eso viene del Espíritu. Por el contrario, lo que te produce euforia momentánea o penosa desesperación, desconfianza en ti mismo, lo que te habla mal de ti y de los otros, lo que te lleva a una actividad irreflexiva y acelerada o a la resignada pasividad porque “ya no hay nada que hacer”… todo eso viene del demonio. Sobre todo cuando va acompañado de ínfulas de grandeza y de ilusiones en el futuro no sustentadas por la acción presente.

 

Después de la observación preliminar, vienen las tentaciones. Aquí se habla de tres, pero podían ser mucho más. O quizá también una sola. Hablemos primero de la tentación , porque las tres tienen un denominador común:

 

•  Jesús tiene hambre y se le sugiere que haga alimento para ÉL.

•  TE daré el poder sobre todo el mundo.

•  Encargará a los ángeles que cuiden de TI .

 

Al final, la tentación siempre es la misma: el YO en el centro. El objetivo de toda acción es uno mismo. Lo mismo es la tentación del Génesis: serás Dios . Esa es la vana pretensión humana: endiosarse, acortar el camino y conseguir por sí mismo y cuanto antes el triunfo, la realización en plenitud, de otro modo, ser Dios. La facilidad, la magia, ahorrarse esfuerzos, el éxito ya, cobrar antes de entregar la propia obra… Ésta es la falla sistémica del ser humano.

 

Los caminos del Espíritu son mucho más delicados y sutiles. Hay que hilar y tejer nuestra vida –la bella y compleja trama de la vida humana- y sólo el Espíritu maneja con soltura la rueca y el telar de nuestra existencia. No lleva a ninguna parte, sino al vacío y el fracaso existencial, ponerse en el centro, endiosarse. Como Jesús, hay que dejarse conducir por el Espíritu, en el desierto y en los oasis.

 

Están también las tentaciones, en plural. Si. Las solicitaciones son muchas y muy atrayentes: en la sociedad consumista y de bienestar, satisfacer todas las necesidades, librarse de todos los sufrimientos, la amargura y el sinsentido porque no se encuentra la felicidad con tantos medios a la mano, el todo vale porque lo único que importa es estar arriba…; en las sociedades que carecen de mucho y no tienen acceso a tanto, la imposible evasión anteponiendo el contacto virtual con la riqueza a la satisfacción de lo necesario. Llegan a ser primero la TV y las pilas para la radio que la medicina urgente o el pan, fruto del duro trabajo de cada día…

 

Frente a la tentación y las tentaciones - corresponde a cada uno ponerles nombre y desenmascararlas -, además de la triple respuesta de Jesús, las dos primeras lecturas de hoy proponen una respuesta y una solución global y eficaz: vivir de la fe .

 

Mi padre era un arameo errante ”. ¡Qué importante cuando uno es tentado pararse a recordar la propia historia y descubrir en ella la acción poderosa de Dios! “ El Señor nos sacó de la esclavitud con mano fuerte y brazo extendido” . “Nos introdujo en esta tierra… nos dio este suelo que mana leche y miel”. Pero alcanzar y poseer esa tierra es también el fruto de nuestro trabajo fatigoso.

 

Y en la segunda lectura, de nuevo la fe. “ Nadie que cree en él, queda defraudado” . En el desierto, en la soledad, en medio de necesidades no satisfechas, de ideales no cumplidos, de misiones y encomiendas imposibles de llevar adelante… invoca el nombre del Señor, reconoce en tus labios y en tu corazón al Espíritu del Señor que te lleva, obedécelo, y encontrarás salvación.

JOSÉ MARÍA YAGÜE

 

Dichosos quienes confían en el Señor

Las bienaventuranzas de Lucas son más cortas y más radicales que las de Mateo. Sólo son cuatro frente a las ocho del otro evangelista. No necesitan muchas explicaciones ni admiten interpretaciones como las de Mateo que añade el determinante “de espíritu” o “de justicia”, según se trate de una u otra bienaventuranza. Todo el mundo sabe quienes son los pobres, los que tienen hambre, los que sufren, los perseguidos.

Paradójicamente, precisamente por ello son más difíciles de entender. ¿Cómo puede ser feliz un pobre, un hambriento, uno que sufre y llora, alguien que es excluido por el odio o siendo tachado de infame?

Aquí radica la originalidad de las bienaventuranzas. No porque se trate de una rareza imposible. Al contrario: porque las bienaventuranzas, frente a los modelos de dicha que nos ofrece nuestro mundo, son la expresión del más puro sentido común. Veamos:

La máxima aspiración humana –de todo ser humano- es la felicidad. ¿Quién no quiere ser feliz? Esas ansias infinitas de felicidad que anidan en el corazón humano no son ni ilusiones infantiles ni sueños evasivos de la dura realidad. Están puestas ahí por Dios mismo que nos ha creado para la dicha y la felicidad.

Ahora bien, ¿cómo satisfacer esa sed de dicha que siempre emerge por debajo y por encima de cualquier otro deseo? Se sugieren e intentan muchos caminos. Generalmente aquellos que la mayor parte de los hombres y de las mujeres no pueden recorrer. El dinero en abundancia, los recursos de la tierra para satisfacer deseos materiales están al alcance de muy pocos. Estar saciados o no depende de muchas circunstancias. Evitar el sufrimiento no está al alcance de nadie. Había que vivir en una burbuja artificial, como pretendieron hacer con Buda, hasta que descubrió por sí mismo el dolor, la enfermedad, la muerte…Por muchos motivos, todos arrastramos nuestra cuota de sufrimiento. Quien nunca ha sufrido ni sufre no es humano. Ser perseguido, infamado, odiado es la mayor parte de las veces consecuencia de la fidelidad y la honestidad a toda prueba. ¿Entonces? ¿Nunca todos estos serán felices?

Lo que Cristo propone, lo que el Evangelio y la Liturgia de hoy nos sugieren es un camino hacia la dicha que no depende de los demás, ni de circunstancias u oportunidades que unos tienen y otros no. La dicha depende de nosotros mismos. No hace falta esperar la lotería, ni la ausencia de todo dolor o enfermedad, ni el aplauso de los que nos rodean, ni el éxito o el triunfo en la sociedad.

Se puede aprender a ser felices y hay que aprender a serlo en las más adversas circunstancias de la vida. Lo que quiere decir que hay que aprender a vivir pobre, y con ciertos niveles de insatisfacción de los apetitos, con enfermedades físicas o dolencias del alma, incluso no aceptado y siendo rechazado. Los ideales propuestos por nuestra sociedad de bienestar –abundancia de bienes, supresión de todo dolor y satisfacción de todos los deseos, éxito…- son imposibles y falsos. Imposibles para la mayoría. Falsos caminos de felicidad para quienes se instalan en ellos ¿Habrá pues que renunciar a la dicha?

NO. Feliz, por el contrario, quien en medio de graves carencias sabe ser feliz. Ese es el que confía en el Señor. Las lecturas hoy del profeta y del Salmo 1, a cuya luz hay que leer el evangelio, están en la raíz del camino propuesto por el Señor. La confianza y la seguridad en Dios son la raíz de la felicidad a la que todos aspiramos.

Quien confía en el Señor será como el árbol plantado junto a la acequia y que allí echa sus raíces. Seguirá verde y dará fruto en tiempos de sequía. Quien se acerca al Señor, no pierde la paz en las situaciones más adversas. Y esto es posible para todos. Jesús no propone lo imposible, sino justamente lo que es accesible a quien lo desea. Los frutos de la vida y de la dicha perfecta nunca se agotan para el que se allega al Señor.

Tremendas son las malaventuranzas. No es Dios quien maldice a nadie. Es la maldición que pesa sobre los que siguen caminos equivocados, como la experiencia cotidiana nos enseña, lo que el Evangelio de Lucas enuncia con una terrible claridad. Los ricos, los satisfechos, los poderosos, las figuras aplaudidas son demasiadas veces iconos públicos de amargura e infelicidad.

Que nuestro gozo, amigos y amigas, sea perdurable e íntimo porque está enraizado en Dios. Desconfiad del éxito, de la abundancia, del aplauso general porque en cualquier momento pueden fallar. Cuando los recursos externos fallan, ¿se ha perdido la dicha, se ha perdido la vida? No, si permanece la confianza en el que nos creó y en el que murió para que nosotros fuéramos felices.

Quinto Domingo ordinario. Ciclo C . Asombro y seguimiento

ASOMBRO Y SEGUIMIENTO

Quinto Domingo ordinario. Ciclo C .

La liturgia de ese domingo nos presenta dos fantásticos relatos de vocación y seguimiento, con rasgos comunes que vamos a destacar. En aras de la brevedad y por buscar lo común de ambos, no comentaremos otros detalles importantes, tales como el hecho de que la gente se agolpa alrededor de Jesús para escuchar la Palabra, o el mismo hecho de la pesca milagrosa que amenaza con romper las redes y hundir las dos barcas.

El primer punto en común es el diálogo entre el que llama y el llamado: Dios y el Profeta en el caso de Isaías; Jesús y Pedro en el Evangelio. A pesar de la distancia en el tiempo, las diferencias de estilo y género literario, lo que resulta común y que a nosotros interesa es manifiesto: Dios se revela en gloria, esplendor y poder en el caso de Isaías, Jesús realiza una acción asombrosa y sobrecogedora, con una especie de nueva creación con la abundancia de pescado allí donde unos momentos antes no había ni un solo pez. La reacción de los llamados es la misma: asombro, temor, reconocimiento de la grandeza del que llama y conciencia aguda de la propia indignidad. Al final, confianza y humilde aceptación de la misión encomendada.

Estos dos rasgos, el reconocimiento de la absoluta grandeza de Dios-Jesús y la toma de conciencia de la propia indignidad, han de ser constantes en la condición del discípulo-misionero. Nadie puede entrar en el camino del seguimiento si no es llamado (“llamó a los que quiso”). Pero a la vez, la permanencia en el discipulado y la misión se apoyan en la convicción plena de que es Dios quien produce el fruto. Nuestros labios están siempre manchados, por nosotros no salimos nunca de nuestra condición de pecadores. Es Dios quien crea y recrea siempre la pesca. Por eso, actuar en nombre propio es estéril. Sólo vale y atrae frutos la red que se lanza “por tu palabra”, confiados en el Señor.

Tengo muy claro para mí, que los grandes problemas de la iglesia actual se deben a los personalismos de sus dirigentes. A pesar de las palabras que decimos con explícitas confesiones de humildad, lo que reflejamos es soberbia y orgullo, ansia de poder, creernos superiores a los demás (por conocimientos o virtud), apoyo en reglamentos, leyes, costumbres… Pero falta la auténtica humildad del que se sabe indigno de ser portador del misterio de Dios y la fascinación o el asombro por la experiencia agradecida de ese mismo misterio.

En la situación que vivimos, es imprescindible para el discípulo-misionero una doble actitud ante Dios: escuchar cada día el “no temas, yo te haré…” y la disponibilidad. Que se expresa también en ambas lecturas: “aquí estoy, mándame a mí”, que dice Isaías, y “dejándolo todo, lo siguieron”, que fue la respuesta de Pedro y los otros discípulos.

Dos preguntas personales para terminar: ¿estamos trabajando en nuestra iglesia en nombre propio o en nombre del Señor? Mucho me temo que, si somos sinceros, a la vista de nuestras divisiones y críticas, la respuesta –incluida sobre todo la de obispos y sacerdotes- no puede ser tan afirmativa y rápida como irreflexivamente podríamos suponer y responder. Y segunda pregunta: ¿Hemos experimentado siquiera un asomo de este asombro, admiración, exultación del espíritu por la inmediatez del Señor?

El posterior recorrido de Pedro que conocemos por el Evangelio es luminoso y será bueno que lo tengamos en cuenta: es necesario que a Pedro, tantas veces arrogante y fanfarrón, que se cree superior a los demás, se le caigan todos los esquemas y reconozca su indignidad. Para eso tendrá que llegar incluso a la negación del final, cuando incluso negó conocer a Jesús. Tuvo que llegar la triple humilde confesión: yo no sé nada, sólo Tú sabes cuánto te amo.

Que Dios nos conceda a todos el asombro de entreverlo, en el remanso sereno de playas recoletas, o en la tempestad de las olas amenazadoras y los vientos contrarios.

JOSÉ MARÍA YAGÜE

CUARTO DOMINGO ORDINARIO - LIBERTAD ANTE EL EVANGELIO 

LIBERTAD ANTE EL EVANGELIO 

Cuarto domingo ordinario

La lectura del evangelio de hoy nos deja una duda. ¿Qué reacción suscita la declaración de Jesús de que en él se cumple la profecía mesiánica, es decir que él es el Mesías esperado? ¿Se trata de una división de opiniones entre los oyentes, en el sentido de que unos aprueban y otros se enfurecen? O, más bien, ¿es que todos al comienzo disfrutan con las palabras de Jesús y finalmente todos le reprueban hasta el punto de querer matarlo? Si es así, como parece desprenderse de las diversas traducciones españolas del texto, incluida la litúrgica, lógicamente algo de lo que hizo o dijo Jesús provocó a sus paisanos de modo que, tras la general aprobación inicial, al final querían despeñarlo.

Reacciones y sentimientos tan encontrados y dispares ante Jesús ayudan mucho a comprender nuestro presente. Porque también entre nosotros las tomas de postura ante el evangelio son muy divergentes. Como lo son las formas de situarse las distintas personas ante la vida misma. Y ante la muerte.

En su tiempo y en el nuestro, ante Jesús no se puede pasar con indiferencia. Salvo quienes lo desconocen totalmente, unos lo creen hasta seguirlo y dar la vida por él, y otros lo condenan a muerte sin contemplaciones. Los seguidores fueron siempre pocos. Por más que en algunos tiempos muchos llevemos el nombre de cristianos, el seguimiento de Jesucristo siempre ha sido cosa de minorías.

Y eso por la misma naturaleza de su mensaje. En efecto, el Evangelio es buena noticia para los pobres, liberación para los oprimidos, luz para los ciegos y fuerza para cojos y paralíticos. Pero hay que reconocerse pobre, oprimido, ciego, cojo y paralítico para acogerlo. Lo que choca frontalmente con la autosuficiencia humana, con el orgullo y la soberbia.

Por otra parte, la buena noticia y la liberación vienen de Alguien que no se presenta con el poder y la majestad de los grandes, sino como uno de tantos. Niño desvalido en Belén, y vecino entre los nazarenos. “¿No es éste el hijo de José?”. Es precisamente la duda de sus paisanos y la minusvaloración del que se presenta como uno más, lo que parece irritar a Jesús. Porque, efectivamente, a partir de esa pregunta que se hacen los nazarenos, reclamando signos de poderío, lo que irrita a Jesús y provoca el desencuentro y el rechazo.

En resumen, sólo quien se deja persuadir por la fuerza de la Palabra de Jesús, sólo quien no duda y acepta que la salvación viene desde la horizontalidad, que eso significa la Encarnación, puede finalmente ser discípulo de Jesús. De ahí la libertad humana ante el Evangelio y ante Jesús mismo. Nada ni nadie nos obliga a ser cristianos. Ni Dios mismo. Porque es Dios quien quiere que el reconocimiento de su hacer salvífico en la historia pase por el reconocimiento, la aceptación y la escucha del pobre, del otro con minúscula, de los profetas que son de nuestro pueblo y que pueden saber mucho menos que nosotros mismos. El Evangelio es de los pobres y de los humildes.

Domingo Tercero Ordinario. Ciclo C. No hagaís duelo ni lloréis

Comenzamos hoy la lectura continuada del evangelio de San Lucas que proseguirá a lo largo de los domingos ordinarios de este ciclo C.

La proclamación del Libro de la Ley y los Profetas es el alimento del pueblo de Dios. Lo vemos en el precioso fragmento del capítulo 8 de Nehemías, proclamado en la primera lectura de hoy. Es la fiesta del Libro. Entronización de la Palabra salvadora que produce de inmediato tanto lágrimas de compunción como sentimientos de fiesta. A las lágrimas de tristeza por haber incumplido la Ley , sigue la fiesta. “No hagáis duelo ni lloréis… No estéis tristes, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza”.

¡Qué lejos estamos de comprender la Palabra de Dios en su dimensión liberadora, festiva, jubilosa! Y, sin embargo, la Palabra, el Libro de la Ley de Dios, es todo eso: gracia, alegría, anuncio de salvación, constatación del triunfo del amor y de la vida sobre el odio y la muerte.

Por eso, los escribas y sacerdotes invitan a hacer fiesta. ¡Cuánto nos gustaría que, más allá de las quejas y lamentos, de los reproches y confrontaciones, obispos y sacerdotes, desde una experiencia personal de salvación y gozo en el Señor, en anunciar la salvación, pusiéramos todo nuestro empeño en pronunciar la palabra positiva de Jesús, que consiste en liberación de ataduras, apertura de nuevos horizontes (ojos que ven y oídos que escuchan), barreras y cadenas que se rompen, caminos que se roturan en la estepa o el desierto!

El camino para la fiesta ya está trazado. Hay que habilitarlo: se trata de compartir buenas tajadas (“envíen a los que no tienen”) y beban vinos deliciosos, porque “el gozo del Señor es vuestra fortaleza”. ¿Quién dijo que lo placentero y festivo es malo? No hay lugar para la tristeza y el duelo cuando la Palabra del Señor se entroniza en los corazones.

Ese es el hoy que resuena fuertemente en labios de Jesús, cuando se le da la oportunidad de hablar a sus paisanos. Ahora sí que no hay ya lugar para el miedo y el duelo. Las promesas de los profetas se han realizado en Jesucristo. En él reside el Espíritu de Dios: ese Espíritu es el de la esperanza para los pobres que finalmente escuchan buenas noticias para ellos; es el de la libertad para cuantos están oprimidos y cautivos de servidumbres o prisiones –interiores y exteriores-; es el Espíritu de la luz que ilumina el camino de la vida; es el Espíritu de la benevolencia, el favor y la acción salvadora de Dios. Todo eso se ha hecho definitivamente presente en Jesús.

Cuando todos los ojos se fijan en él, Jesús lo proclama abierta y solemnemente: HOY se hacen realidad aquellas promesas. Por eso, su dedicación a levantar con la buena noticia del Reino a los pobres orillados en los márgenes, a liberar a los oprimidos por cualquier tipo de servidumbres (posesión diabólica, parálisis, lepra), a dar vista a los ciegos –cuántas cegueras, reconocidas unas y camufladas otras bajo la hipocresía puritana de sabios y legistas-, a anunciar que Dios está siempre a favor de sus hijos...

En el Hoy de Jesús todo eso se hace realidad. Jesús detiene la lectura precisamente cuando el profeta Isaías cambia de tono y anuncia el desquite, la venganza de Dios (Is 61, 2b). ¿No hacemos hoy lo contrario de Jesús? Por eso la pregunta es acerca del HOY, el de 2010. Aquí y ahora. ¿Cómo realiza hoy la Iglesia , cómo hacemos verdad los cristianos el año de gracia del Señor? ¿De verdad somos fuente de esperanza para los pobres, liberamos a oprimidos, iluminamos horizontes cerrados, trasparentamos el rostro bondadoso y lleno de ternura y favor de Dios? La Iglesia actual sólo es la Iglesia de Jesucristo allí donde y en la medida en que produce las mismas acciones de Jesús. Lo demás es paja destinada al fuego.

¿Qué haremos nosotros en este HOY? ¿Cómo nos disponemos a hacer verdad con los hechos que entronizamos –interiorizamos- la Palabra de Dios, que Dios actúa hoy para dignificar la vida de las personas humanas, que contribuimos a hacer de la vida de todos una fiesta compartida?

No pensemos en grandes realizaciones. No esperemos que la Iglesia toda se suba al carro de la profecía y su cumplimiento. Hagamos cada uno con nuestra vida sencillos gestos y acciones que ayuden a vivir, a levantarse, a pacificar, a gozar...

PORTADA MAR ADENTRO JUNIO 2019  

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