“¡Pasemos a la otra orilla!”
- Categoría: NOTICIAS
- Publicado: Martes, 27 Noviembre 2018 16:19
- Visto: 1478
“Aquel día, al atardecer, Jesús dice a sus
discípulos: “Pasemos a la otra orilla”. Despiden a la gente
y le llevan en la barca como estaba; e iban otras barcas con él. En esto,
se levantó una gran tempestad y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya anegaban la barca. Jesús estaba en popa durmiendo sobre un
cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa qué perezcamos?” Él, habiéndose despertado, conminó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!”
El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?” Ellos se llenaron de gran
temor y se decían unos a otros: “Pues ¿quién es éste que hasta el
viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,35-41).
(Por: P. Matías Siebenaller).- El mes de noviembre huele a fin de año. Es el mes-bisagra. Se quiere dejar atrás un pasado pesado y empezar algo nuevo y mejor. La consigna de Jesús “Pasemos a la otra orilla” recoge las frustraciones y esperanzas que nos embargan en estos tiempos.
1. “Aquel día”
No es una fórmula anodina para entrar en materia. Esta expresión bíblica se refiere al “día de Yahvé” y al “día de la venida del Señor” que acontecen en medio de tinieblas y tempestades, en medio de angustias y crisis, revueltas y pruebas que preceden y acompañan la venida del Reino de Dios. Hay momentos y situaciones donde la cizaña está por sofocar el trigo, donde el pecado parece vencer la gracia y el mal prevalecer sobre el bien.
¡Pongan ustedes los videos y audios respectivos! ¡Fíjense en los cuellos blancos y de otros colores! ¡Recuerden realidades desconcertantes, lejos y cerca de nosotros, en el mundo y en la Iglesia!
2. “¡Pasemos a la otra orilla!”
Jesús tiene que cumplir su misión. Tiene que ir a Jerusalén. No tendría autoridad para decir: “El que no carga con la cruz, no puede ser discípulo mío”.
La exhortación de Jesús es también una llamada a asumir la condición humana: Nunca nadie, ninguna persona y ningún pueblo han alcanzado su orilla. Todo punto de llegada da la orden para partir nuevamente. Cada deseo es engañado por lo que lo satisface. “Yo soy una promesa que no puedo cumplir” (Paul Claudel).
Jesús explicita mejor la orden de pasar a otra orilla al decir: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 23-25).
3. “Jesús estaba en popa durmiendo sobre un cojín”
El sueño de Jesús en la barca agitada por la tempestad es imagen de su muerte desconcertante en la cruz. Aquí se evoca el primer viernes santo y todos los viernes santos que sacuden la Iglesia, la barca de Cristo. Nuestra fe es siempre fe en un salvador ausente y presente. Entendamos el miedo y las dudas de los discípulos detrás de puertas trancadas (cf. Jn 20, 19-23). Dejémonos conmover por el llanto de María Magdalena frente al sepulcro (cf. Jn 20, 11-18). Compartamos la tristeza de Cleofás y de su compañero caminando a Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Lloremos porque no se encuentra nadie digno de abrir y leer el libro de la vida (cf. Ap. 5, 1-5).
A la vez la ausencia de Jesús y el reconocimiento del Resucitado son constitutivos de la fe de sus discípulos. No nos dejemos mover por creencias superficiales, cuando hay que beber el cáliz amargo de la realidad y de la historia. Más bien, gritemos con los afligidos en Is 51, 9-11 que anhelan el retorno del exilio: “¡Despierta, despierta, revístete de poderío, o brazo de Yahvé! ¡Despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas! ¿No eres tú el que partió a Ráhab, el que atravesó al Dragón? ¿No eres tú el que secó la Mar, las aguas del gran Océano, el que trocó las honduras del mar en camino para que pasaran los rescatados?
Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría los acompañarán! ¡Adiós, el penar y los suspiros!”
4. “¿Quién es éste? Hasta el viento y el mar le obedecen”
El grito de angustia y la oración insistente de los discípulos despiertan al Señor. Él Resucitado exorciza al mar; conmina la tempestad con las mismas palabras que enfrentó al espíritu malo en Mc 1, 25.
Mantengámonos mutuamente en la fe pascual. Jesucristo ha bajado a nuestros infiernos. “Se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 8-11).
En comunidad ayudémonos a ver los signos de Cristo Resucitado en esa realidad dura e inhumana que nos rodea. Es hora de fijarse en los santos “de la puerta de al lado” (cf. GE 7-9).
Al visitarnos el Papa Francisco a principios del año, inspirándose en la figura de Santo Toribio de Mogrovejo, incansable caminante de la Buena Nueva, nos llamó a pasar a la orilla de los más abandonados, lejanos y dispersos en el país, a pasar a la orilla de la cultura del encuentro, a pasar a la orilla de comunión y participación en nuestras diócesis y parroquias, a tener presente nuestra orilla definitiva aprendiendo hoy a entregar nuestras vidas por amor. El 14 de octubre nos llamó a pasar a la orilla que San Oscar Arnulfo Romero vio, escogió y alcanzó.