El mes más entrañable y el que despierta nuestra ilusión es diciembre. Todos, incluso los no creyentes se preparan para celebrar una fiesta familiar y para los creyentes la natividad de Cristo el Salvador. La encarnación del Hijo de Dios que la liturgia celebra el 25 de marzo tiene su culmen el 25 de diciembre, fiesta del Nacimiento de Cristo, que siendo el Hijo de Dios se hizo hombre en las entrañas de la Virgen Madre.

Por desgracia algunos de los grandes misterios de nuestra fe como la Navidad o la Pascua, se han convertido en la sociedad secularizada en fiestas comerciales y en pretextos para divertirse sin medida.

¡Qué difícil para los cristianos devolver el sentido religioso a esos momentos de especial densidad!. Como un huracán que pasa, así la cultura materialista y hedonista destruyéndolo todo. Ciertamente el egoísmo y la indiferencia tienen mucho que ver con este panorama desolador. Sin embargo, en este desierto espiritual hay todavía mucho que rescatar. La Navidad sigue siendo fiesta de familia, momento de encuentro de los seres lejanos que se congregan en torno a la mesa y vuelven a sentir la ternura del corazón.

El adviento de este año debería prepararnos a todos para que envueltos en los escándalos de corrupción, no perdamos la esperanza ni la alegría, ni la ilusión. Somos hijos de un país grande bendecido por Dios que en este momento llama persistentemente a la conversión y a un cambio de vida. No dejemos pues arrebatarnos la esperanza. El niño que nace en Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Que todos vivan con intensidad y con gozo está fiesta navideña. Sabemos perfectamente que después de la tempestad llegará la calma y que todos podemos reencontrarnos como hermanos en Jesús que quiso hacerse uno de nosotros, y especialmente uno de los pobres que todos los días transitan por nuestro camino. ¡Feliz Navidad!

• Anterior
• Siguiente