Mensaje del Obispo por Semana Santa 2009

Dios crucificado es el Cristo resucitado
La Semana Santa es sin duda alguna, la más importante de todo el año 'litúrgico para los que creemos y seguimos a Jesús. La liturgia de la Iglesia actualiza para nosotros hombres y mujeres del siglo XXI los misterios centrales de nuestra fe.
Me gustaría que durante estos días, contempláramos con ánimo conmovido a Jesucristo, el Dios Crucificado. Nuestra mirada ha de ser una mirada de fe, que ve en ese hombre ajusticiado, no a un des estabilizador del imperio, sino al Redentor del mundo, que carga sobre sus espaldas el pecado de la humanidad y que ha bajado hasta los sótanos de' la miseria humana, porque quiso ser solidario de todos los hombres y de sus miserias y sufrimientos.
Celebramos durante estos días la institución del sacerdocio cristiano, tan vinculado a la institución de la Eucaristía , que es cimiento y plenitud de la vida eclesial. Sin sacerdocio no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay Iglesia.
Podría parecer que el cristianismo es la religión de los derrotados por la vida, de los desheredados, si solamente nos quedásemos con la cruz. No es así, la otra cara de la cruz es la Resurrección. El Dios Crucificado es el mismo Cristo Resucitado. La vida de los que creemos en El es una vida crucificada y resucitada. Al igual que el resucitado conserva aún las llagas de sus manos, de sus pies y de su costado, nuestra vida lleva en sí los signos de la crucifixión y de la resurrección al mismo tiempo.
Llevamos las marcas del crucificado en todas las impotencias, sufrimientos y fragilidades de nuestra condición humana: en la salud quebrantada, en los defectos de nuestro temperamento, en la incomunicación con personas que nos rodean, en las ilusiones frustradas por la dura realidad, en los recuerdos de páginas de la historia de nuestra vida que desearíamos no haber escrito jamás, en nuestros pecados de ayer, de hoy y de mañana.
Llevamos las marcas del resucitado en nuestra sensibilidad para con los pobres, en el amor a nuestros her-manos, en nuestros deseos de mejorar y progresar espiritualmente en el gesto de perdón que otorgamos generosamente, en la oración diaria, en la alegría de vivir que experimentamos, en los buenos deseos que emergen de nuestro corazón.
Debemos asumir ambas dimensiones de nuestra vocación cristiana. Un cristianismo sin pasión y cruz, no es cristianismo; es triunfalismo. Un cristianismo sin resurrección tampoco es cristianismo, sino dolorismo y derrota. La Resurrección de Jesucristo ha hecho que vivamos una vida dichosa, pero con una alegría crucificada, ya que el Resucitado es el Crucificado.
Que así como nos duelen nuestras miserias, nos alegre también el poder sanante y renovador de Cristo Resucitado. (Mons. Ángel Francisco Simón Piorno)